Recuerdo el dia que me enteré que mi bebé no estaba vivo. Nada más salir de la consulta de la tocóloga, llorando y aún intentando asimilar lo que estaba pasando, vi a un par de madres sentadas en la sala de espera, acariciándose sus ya enormes barrigas y decidí ponerme mis gafas de sol para que no vieran  en mi rostro la cara de la muerte. Esas muertes que siempre les pasa a otras.

He comentado muchas veces con compañeras y alumnas  esta reacción mía en un momento en el que debía estar aún en estado de shock.  Parece una reacción extraña sacar algo de lucidez y preocuparse de otras personas, de extrañas, cuando en realidad tu cabeza sólo gira alrededor de esas tres odiosas palabras que te aplastan cada vez un poco más hacia abajo, hasta que sólo quieres desaparecer entre el polvo del suelo.

No es una reacción tan extraña cuando tu trabajo es como el mío.

Ser asesora de maternidad, Asesora Continuum, no es lo que hago, ES LO QUE SOY. Va más allá de la empatía natural de una persona hacia otra en su misma situación.
Ser madre, a muchas personas ( no a todas), les hace empatizar con  otras madres con las que comparten intereses y experiencias.

Dedicarte al acompañamiento  y/o asesoramiento maternal es ampliar tu radar emocional, es ser consciente de muchas necesidades, de las que te son familiares y de otras desconocidas, es comprender que cada situación personal es un complejo entramado único al que hay que acercarse con mucha capacidad de escucha, con una enorme dosis de respeto y con una gran capacidad de autocontrol para amarrar el ego y las ganas de juzgar.

Cuando esa es tu forma de vivir tu trabajo y de repente vives en primera persona eso que antes sólo habías leído y escuchado (que no oído), entonces tu duelo es un duelo peculiar.

Hacer un duelo acompañando la vida

dueloSeguramente sabréis o hayáis leído que una madre que ha perdido a su bebé quiera evitar, durante algún tiempo al menos, todo el contacto que pueda con embarazadas, bebés y niños. Este es un comportamiento totalmente normal, nada patológico y no tiene que ver con ninguna emoción indeseable. Esa madre no se ha convertido en una mala persona, ni se ha vuelto huraña ni  envidiosa: sencillamente aún llora por su no-maternidad y en determinados momentos resulta insoportable ver de cerca las sí-maternidades del resto del mundo.
En este contexto, les decimos a las madres que no se angustien, que a medida que vayan incorporando a su nueva vida aspectos de su vida anterior, se irán asentando las emociones. Volver a salir de casa al cabo de unos días, ocuparse de las tareas cotidianas al cabo de un tiempo, volver al trabajo llegado el momento,  son pasos que indican movimiento, movimiento que poco a poco nos traerá el equilibrio a medida que aumente la confianza y, como consecuencia, la velocidad necesaria.
Pero cuando tu rutina y tu trabajo incluye la convivencia diaria con madres, muchas sienten que en vez de un paso adelante se les obliga a dar un salto al vacío.
No sé si las que no estéis en esta situación podéis imaginar el torbellino de emociones de enfrentarte a trabajar  con madres, con padres, con familias llenas de vida, con bebés que besar, acariciar y nutrir, cuando tú, en ese aspecto, te sientes llena de muerte,   con un cuerpo que aún te demanda ese otro cuerpo al que besar, acariciar y nutrir y sólo puedes darle vacío y lágrimas.

Antes os decía que al comentar mi reacción al perder a Altair y mi vuelta al «trabajo» relativamente precoz, algunas personas me preguntaban que cómo pude hacerlo sin derrumbarme. Ante todo quiero dejar claro que no hay reacciones correctas y reacciones incorrectas, sólo hay emociones, todas válidas -incluidas las que calificamos de negativas- y distintas posibilidades  para afrontarlas.

En mi caso no me suponía sufrimiento añadido estar rodeada de madres embarazadas, madres puérperas, bebés y niños.  No todas lo viven igual. Para algunas supone demasiado  que todo gire en torno a palabras, cosas y actividades que  recuerdan la realidad no deseada. Todo está bien, no hay un ritmo único ni un proceso único. No hay una forma válida ni una medida estándar. Lo importante es darse el tiempo que se necesita, escucharse y no añadirse más carga de culpa. juicio o remordimiento. Debemos recordar que ahora nosotras somos «ellas» y  permitirnos ser dolientes un poco más de tiempo si es necesario.
No voy a negaros que en alguna ocasión lloré escuchando algún relato de parto o mirando a los ojos a alguna madre en la que veía compasión hacia mí y mi situación, pero la mayoría de las veces, el rodearme de vida me hacía sentir aún más gratitud por  el enorme privilegio que tenemos y a menudo damos por sentado.

El mejor bálsamo junto con el tiempo

El amor ha sido siempre lo que me ha mantenido a flote cuando mi barco zozobraba. Tener un ancla no te evita los zarandeos que te dan las olas, pero te mantiene alrededor de tu centro, evita que te pierdas.  No creo que haya mayor ancla a la vida que sentir amor: amor por los hijos, los nacidos y los que no lo lograron, amor por las personas que te rodean, amor por mi trabajo y amor por mí misma y mi propia capacidad de sentir amor.

Sin duda es un desafío dar ese paso de volver a escuchar historias de madres cuando aún tienes ganas de llorar a cada instante. Pero si eres capaz de darlo, si consigues ampliar ese radar y ver más allá de tu dolor, verás que muchas veces, créeme que muchas más de lo que piensas, recibes más de lo que das. Ese es otro de los milagros de nuestro trabajo: cuando ofreces confianza y sostén, recibes confianza y sostén de vuelta.

Al final del día, al final del camino, no es que no te duela tu dolor,  pero pesa algo menos y ahora en el lugar de esa carga pesada, ahora hay más empatía y más sabiduría para seguir caminando y seguir acompañando

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PD: Dedicado a todas las mujeres que se sienten identificadas al leer mis palabras. En especial a L.O.

(Imágenes  CC0 Public Domain)