Este relato es el de una madre valiente que ha querido contar en un foro que frecuentamos cómo se enfrentó ante su aborto al manejo expectante en lugar de ir directametne al legrado.

Sé que es un tema que levanta ampollas. No tratamos la muerte con normalidad… seguramente porque en el fondo  no es tan normal como pensamos, siempre esperamos que no nos  pase… que la muerte llegue siempre tarde… muy tarde… Y una madre nunca se plantea que tenga que sobrevivir a sus hijos.

Como ya he comentado en muchas ocasiones en el blog, los abortos espontáneos son mucho más frecuentes de lo que pensamos y en general como sociedad no los tratamos como se debe. No sabemos acompañar el duelo ni respetar el cuerpo de la mujer y el de la criatura si es lo que la madre desea.

Los profesionales médicos de la ginecología y obstetricia, incluso muchas matronas desconocen otra alternativa que no sea el legrado quirúrgico. No informan a la mujer de sus riesgos ni de sus alternativas.

Como ocurre con el parto, el cambio lo hemos de promover nosotras, las madres. Informémonos para nosotras y para nuestras amigas, hermanas e hijas. Que tengan toda la información y decidan con conocimiento. Que puedan sentir que la despedida de sus bebés no fue una intervención agresiva sino un proceso natural y respetado si así se desea.

Si hay un bebé en el útero la forma más natural de salir sigue siendo un parto, esté el bebé vivo o muerto… para el cuerpo de la mujer y para su proceso de duelo.

Incluso si se opta por un legrado que se permita a la madre toda la intimidad y respeto posible  y  la posibilidad de ver y tocar el cuerpo  si lo desea.

Gracias a esta mujer valiente por compartir con sus amigas algo tan íntimo y tirste… y por aceptar que lo publique en el blog con todo el respeto de que soy capaz para que sirva a más familias y profesionales que tratan mujeres.

Mi segundo «parto»

Anoche por fin se desencadenó todo, tras más de tres semanas de espera desde que me enteré que los gemelitos que esperaba no tenían latido en la semana nueve de mi embarazo. Todo se había acabado hacía algo menos de dos semanas, y yo no me había dado ni cuenta. Tenía síntomas de embarazo y todo parecía ir normal. Pero no fue así. Es mi segundo aborto. Hace tres meses perdí a otro bebé en la semana cinco, no hacía ni una semana desde que me había hecho el test de embarazo. Fue rápido, como una mala pasada que te juega la vida. Tenía 29 años cuando ocurrió (ahora acabo de cumplir 30), tengo un hijo de dos años nacido sano, sin complicaciones en el embarazo ni en el parto. Contaba con el beneplácito de mi ginecóloga para volver a intentar un nuevo embarazo sin esperar por la siguiente regla. Todo estaba perfecto. Y me volví a quedar embarazada. Nada parecía indicar que pudiera pasar otra vez, había sido mala suerte. Pero sí, volvió a ocurrir.
Mi médico es bastante abierta. Después de ver que los bebés estaban muertos, me mandó homeopatía para ver si en el plazo de una semana el proceso de expulsión se desencadenaba sólo. Una vez pasada la semana valoraríamos cómo estaba y ya entonces tomaríamos decisiones. Cuando salí de la consulta estaba desolada. Además había ido sola con P, que no entendía como su mamá estaba tan triste.

Me puse en contacto con una amiga que desgraciadamente ya ha pasado por esto (gracias E).  Nuestros hijos nacieron el mismo día y el mismo año en el mismo sitio. Les separan unas horas de diferencia. Casualmente nuestros abortos también son muy parecidos. Uno espontáneo en la semana cinco, bebé detectado sin latido en la semana nueve. Uno detrás de otro, igual que yo. Como ella había pasado por esto antes contaba con su experiencia. Fue la primera persona que me habló del manejo expectante como alternativa al legrado.

Inmediatamente me puse a buscar información. Mi gine no conoce al detalle este proceso. Sabe que no entraña muchos riesgos pero no es partidaria de esperar demasiado. Cree que aunque mi cuerpo desencadene el proceso voy a necesitar un legrado de todos modos porque el embarazo es gemelar. Me da detalles de lo que me puede ocurrir pero la información no es muy completa. Me pongo en contacto con gente que ha pasado por esto a través de foros. Leo «La cuna vacía» y otro artículo en EPEN. Lamentablemente no hay demasiada información.  Noto que voy un poco a ciegas, pero las personas a las que consulto y que han pasado por el manejo expectante me animan, me dicen que siga adelante, que confíe en mi cuerpo. El proceso es reparador, ayuda a cicatrizar la herida emocional. Yo necesito eso. Lo llevo muy mal. Dos abortos seguidos, el primero me está pasando factura porque no me tomé el tiempo necesario. Es un trago muy difícil de llevar. No me veo capaz de superar mi dolor. Necesito reconciliarme con mi cuerpo. Le culpo a él de lo que me ha pasado. El aborto natural puede ayudarme a superarlo de mejor manera. Decido esperar.

Van pasando los días y las semanas y no ocurre nada. Hay momentos en los que desespero. ¿Y si funciono tan mal que mi cuerpo no reacciona? El miedo al dolor me aterra, a la sangre en abundancia… A veces siento ganas de llamar a mi gine y pedirle el legrado. Cada vez me encierro más en mí misma. Mi familia no me apoya, de hecho no le dan importancia a lo que me pasa. Cada vez hablo menos con Jordi, me da la impresión de que a él no le importan los bebés que hemos perdido, le veo tranquilo, relajado. Creo que nadie entiende por lo que estoy pasando. Todos insisten en que me recupere, que soy joven, que tengo tiempo de volver a intentarlo. Nadie ve que yo quería a mis niños, los amaba y se fueron antes de tiempo.

Un día exploto. Le suelto todo a J. Le digo cómo me siento, saco mi rabia, le echo en cara que a él parece no importarle haber perdido dos embarazos. Hablamos. Me doy cuenta de que no es así, que le duele tanto como a mí, que los siente tan cerca como yo. Nos abrazamos y lloramos. Siento que a pesar de todo somos fuertes. Nuestro amor ya nos ha dado un hijo. Podemos con esto y más. Tenemos que estar juntos.

Al día siguiente empiezo a manchar. Es un flujo amarronado. No siento dolor. Es viernes. Tengo todo el fin de semana por delante y J podrá acompañarme. No tendré que enfrentarme sola a este proceso. Al día siguiente empiezo a manchar un poco más, de color rojo ya, pero poca cantidad, como una regla flojita. Por primera vez llega el dolor, que es como el de regla. Y ya no para hasta que el domingo por la noche se convierte en contracciones.

Hemos salido a pasear todas las tardes, para ver si se animaba la cosa. El domingo nos vamos de paseo. Noto como si tuviera gases. Cuando volvemos a casa hacemos como de costumbre. Yo me pongo a leer. J habla por teléfono con su madre, que ha llamado para ver cómo va todo. Son las ocho y media y me voy a bañar a P. J sigue hablando por teléfono así que lo hago yo sola. Los «gases» van a más, son rítmicos. Entonces me pregunto «¿Y si no son gases?». Por fin viene J. Le digo: «termina de bañar tú a P, creo que va a empezar».

En el embarazo de P estuve yendo a yoga prenatal, y las posturas que aprendí en las clases me vinieron muy bien a la hora de encajar las contracciones en el parto. Ahora empezaba a sentir lo mismo. Tenía la necesidad de ponerme a cuatro patas y hacer la postura del gato. En esta postura el dolor se hace más llevadero, acompaña la contracción y ésta se hace más efectiva. Después de unas cuantas contracciones, noto como una me remueve todo por dentro. Me levanto y al ponerme de pie empiezo a sangrar, abundante, con coágulos. Me voy al baño, me siento en el váter y allí comienza todo. Encajo las contracciones una tras otra, con J a mi lado. Van acompañadas de sangre y coágulos. Algunas son como aquella que sentí que me removía todo, y al remitir la contracción y relajar el cuerpo salían coágulos muy grandes y compactos. Todo cae al váter. Siento pena porque no sé si son mis niños los que están cayendo en esos momentos. J me tranquiliza y me dice: «nuestros niños no están ahí, están en nuestra corazón con nosotros». Tengo un momento de relax. J aprovecha para llamar a mis padres y que vengan a quedarse con el niño mientras él está conmigo.

Las contracciones duran una hora y media, más o menos. Al final son muy seguidas, casi que el dolor no llega a remitir, son continuas. Siento ganas de empujar, de hacer caca, como en el expulsivo de cualquier parto. Aprieto. Creo que voy a hacer caca, pero no. Salé un coágulo, redondo, algo más grande que una pelota del ping pong, muy compacto. Las contracciones se paran. Ya no tengo dolor. Igual que en un parto. Nos quedamos esperando, por si acaso vienen más. Parece que sí, que ha terminado. Jse va a ver a P un momento, y en ese momento empiezo a sangrar a chorro. Salen coágulos ya más pequeños, pero sobre todo sangre, mucha sangre. Me asusto, no sé si es normal. No tengo a nadie a quién llamar. Sólo tengo el foro y el mail de mi ginecóloga y son más de las once de la noche. ¿Quién va a contestar a esas horas?

Decidimos ir al hospital. El miedo me puede y me noto muy mareada, los oídos me pitan. Sigo echando mucha sangre. Llevo una compresa postparto y ya la llevo empapada. Llegamos a urgencias del Hospital Puerta de Hierro. Me atienden enseguida. Entro a hablar con una primera ginecóloga. Le cuento lo que ha pasado. No entiende cómo he esperado tanto y no me he sometido ya un legrado. Por fin me pasan a observación. No dejan entrar a J. Hay un montón de gente. Cuando me van a mirar hay como seis personas en la habitación, y yo allí espatarrada, sangrando como un cerdo. Una de las ginecólogas que hay está muy a la defensiva conmigo. Me meten un espéculo y todo el mundo mira. Veo que sacan unas pinzas enormes. Me asusto y le digo:

«¿Qué me vas a hacer?»

-«Sólo voy a limpiarte»

-«¿Pero qué, qué vas a limpiarme? ¿No me meterás eso hasta el útero?».

Me dicen que no, que me tranquilice. Están muy a la defensiva. Finalmente me limpian. Ven que ya no hay sangrado activo, lo que echaba es ya lo que quedaba en la vagina. Me hacen una eco. Sorprendidas, oigo que una le dice a otra: «Está prácticamente limpio». Respiro aliviada. Me dicen, que está bastante bien pero que mi cérvix sigue abierto y que aún quedan restos que hay que eliminar. Que no necesitaré legrado (pues claro, ¿por qué creen que he decidido pasar por esto?) pero que me van a poner una medicación para terminar de limpiar todo lo que queda. Les digo si puedo pasar sin la medicación. Una de ellas se enfada y me dice: «Haz lo que quieras pero en cuanto vea que te baja la tensión tomamos nosotros el control de la situación». Al final accedo a que me la pongan, pero no estoy muy convencida.

M. Àngels, de «Superando un aborto», me había comentado que cada mujer tiene sus tiempos y que los médicos no pueden pretender que el útero se limpie en X días u horas. Que muchas veces los últimos restos desaparecen con la siguiente menstruación y que eso es totalmente normal. Tengo muy presente sus palabras en ese momento.

Nos mandan a una habitación y voy notando como el sangrado va remitiendo considerablemente. J y yo hablamos. En dos días tengo cita con mi gine, me han dicho que quedan restos pero poca cosa, el sangrado remite, no tengo dolor, la tensión está bien, no tengo fiebre. Tardan más de una hora en volver. Al parecer tienen follón. En ese tiempo decidimos volver a casa, pedir el alta voluntaria y cuando vienen a hacerme un análisis les digo que nos vamos. No me dicen nada, aparece una de los médicos con una hoja para firmar, un tanto borde. No me explican nada, que firme y punto. Nos volvemos.

He pasado bien la noche, tengo muy poco sangrado. Aún sigo a la expectativa de ver cómo estoy, cómo irá todo. Pero me encuentro bien, sin dolores, sin fiebre. Mañana veo a mi gine y ya valoraremos mi situación.

Quería compartir esta experiencia porque yo me encontré con muy poca información en el camino de búsqueda. Ha habido veces que me he sentido y me siento poco respaldada profesionalmente, los médicos no saben cómo actuar ante un aborto natural. Pero ahora confío en mi cuerpo, en mí misma, en la poderosa mujer que puedo llegar a ser. Ahora sé que mi cuerpo no tiene la culpa de lo que ha pasado, él hace muy bien su trabajo. Funciona a la perfección. Emocionalmente me siento fuerte, esperanzada, renovada, confiada. Esto era lo que estaba esperando. Es una recompensa muy grande que me va a ayudar mucho a partir de ahora en el proceso de duelo por el que aún tengo que pasar. Sólo puedo decir que la espera, el dolor y el esfuerzo han merecido la pena.