En el día que celebro el  nacimiento a la luz de la Luna  de la hija de unos amigos…os pongo este relato de otro parto de Luna llena.

Relato de mi segundo parto en casa, por Mely, mamá de Dafne e Indira

La noche del 17 de abril de 2011, diez minutos antes de que acabara el día, llegaste a nuestros brazos… Naciste, acunada por la luna llena y arrullada por las olas, al borde de la medianoche, al filo de la pleamar, a punto del plenilunio… Gracias Vida, gracias Madre Naturaleza, gracias Universo, por regalarme por segunda vez el tesoro más preciado que he podido acariciar…Todo parecía dispuesto a proporcionarte el tránsito mágico a este mundo exterior que de hecho tuviste.

Esta es la historia de un parto… pero también de una sorpresa, de un embarazo, de una espera, de noches en vela estudiando, de algunos temores y de muchas esperanzas… y sobre todo es la historia del triunfo de la vida, sorteando los obstáculos.

Te fraguaste en mis entrañas ya de un modo mágico: yo no tenía la regla desde que me quedé embarazada de tu hermana Dafne, y aún así, pensamos que quizá era el momento de “empezar a buscar” un hermanit@… Pero, como siempre, hay cosas que son más fuertes que los planes o el raciocinio y la magia surgió su efecto para que “empezar” y “acabar” fuera todo uno…

De repente, empecé a sentirme cansada, cansadísima, algo no habitual en mi energético carácter, y era un cansancio que me resultaba conocido… Sólo podían pasarme dos cosas: o estaba anémica perdida o estaba embarazadísima. Eso, junto con mi excesiva sensibilidad a los olores, me hizo hacerme un teste de embarazo para confirmar lo que ya sabía. Helí, mi compañero y tu papá, se reía, pensando que era imposible, que aún no tenía la regla. Cuando el test de embarazo se tiñó, ni siquiera me extrañó, porque yo ya te sabía, ya te sentía. Papá quedó en estado un estado que yo llamaría de “shockpresa”.

Fuimos a verte al materno gracias a Olga, una de nuestras matronas, para saber de cuánto tiempo estábamos (ni siquiera eso sabíamos). Me hicieron una eco vaginal y la ginecóloga me dijo: “Sí, es verdad, hay embarazo, de unas 5 semanas. Pero esta mancha de aquí no es buen pronóstico. En principio es síntoma de malignidad”. Mi cara debía ser un poema, pero me saqué de la manga mi buen humor y dije: “¿Y no será que son dos?”. “No, es sólo uno, pero no tiene buen pronóstico”. Todo esto con mi pequeña Dafne de 16 meses y Helí, delante.

Menos mal que Olga estaba a mi lado y que soy de naturaleza optimista, si no, no sé qué habría pasado. Al salir, Olga me cogió de la mano y me dijo, mirándome a los ojos: “No te preocupes, ¿tú sientes que el bebé está bien?”. “Sí, lo siento fuerte, aferrado a mí”, contesté. “Pues sigue mandándole todo tu amor”.

Yo confiaba pero… el miedo es la enfermedad más contagiosa, y la semilla de la duda, la que más arraiga. Así que no pudimos esperarnos a las 12 semanas y cuando estábamos de 9, para evitar otra eco vaginal, fuimos a un ginecólogo privado que nos confirmó que él veía nada más y nada menos que lo que se tiene que ver en un embarazo de 9 semanas.

La maternidad de Dafne me había calado tanto tanto, que hasta había decidido darle un cambio de rumbo a mi vida y estudiar partería. Pero antes, claro, tenía que pasar por enfermería. Y parece que por alguna razón, Helí y yo tenemos que vivir nuestros embarazos separados, porque siguiendo el impulso de mi recién descubierta vocación, yo había hecho la preinscripción en la universidad de Las Palmas (donde vivo) y en la de Algeciras (de donde soy) y me admitieron sólo en ésta última… Tras mucho dudar allá fui, con el apoyo incondicional de mi pareja, mis padres y mi incombustible abuela, con 4 meses de embarazo, las hormonas susceptibles de todo menos de memorizar y una niña de año y medio.

Pues me saqué el primer cuatrimestre limpio con algunos sacrificios y sé que en gran parte fuiste tú, Indira, que habitando mi cuerpo, me diste esa suerte, esa fuerza, esa voluntad, y tú Dafne, con tu sonrisa me compensabas los sacrificios… porque yo quería y quiero que todas las madres sepan que se puede parir de una manera fluida y pacífica, si se quiere, sólo que sepan que existe la posibilidad, que la elijan si lo desean, y poder yo acompañar un día partos desde el silencio y el respeto desde los que fueron acompañados los míos…

Tras este primer cuatrimestre en el que no te hice todo el caso que te merecías, me volví a la isla a dedicarte todo el tiempo que pudiera y a preparar el parto, que, por supuesto, iba a empezar (y deseablemente a terminar) en casa y en compañía, de nuevo, de Olga y Laura. Esta vez también queríamos contra con Adelina, nuestra acupuntora amiga que en el parto de Dafne no pudo estar presente…

El embarazo seguía plácidamente, aún con la sombra de la diabetes gestacional sobre mí y la amenaza de los médicos de ponerme a dieta o a mandarme caminar después de comer. Pero, una vez más, el cuerpo es sabio, si una se conecta con su interior, parece saber lo que le pasa, lo que le conviene y lo que no, y yo sabía, bebita mía, que tú eras pequeña y que eso no te iba a hacer bien. Pensando en eso, te escribí estas palabras.

Anidas en mi cuerpo.

Acuno el tuyo.

Te doy, me das.

Nos equilibramos.

Cada célula, cada tejido, cada parte

está sana.

Confío en ti.

Confías en mí.

Nos confiamos

de nuestro poder de salud

dado por la naturaleza.

Tus medidas son las adecuadas para mí.

Mis medidas son las adecuadas para ti.

Nos acoplamos

para luego desacoplarnos

con amor, dulzura, suavidad

en un trance sutil, alegre, ágil,

lo suficientemente corto para sostenerlo,

lo suficientemente largo para disfrutarlo,

porque, como decía Shakespeare,

“para aquellos que aman,

el tiempo es eternidad”…

Tenemos la confianza

el poder

la fuerza

el amor

para concebirnos,

embarazarnos

y parirnos.

Todo me pareció más veloz que con Dafne, familiar (la amenaza de bajo peso) y diferente (más fluido, más encajado en mi cuerpo). Es maravillosa la memoria del cuerpo, cómo sabe lo que tiene que hacer. Es maravilloso ser mujer y abrirse y cerrarse como una flor.

De repente, el día estaba muy cercano. Yo estaba de 37 semanas y había tenido algunas noches “divertidas”, contracción va, contracción viene, pero que luego se marchaban. Laura me dijo que eso era bastante normal en los segundos embarazos, el cérvix ya está más blandito, ya reacciona más ante menor estímulo. Me maravillaba sentir mi cérvix abriéndose poco a poco y tuve la convicción, yo diría que certera, de que me pasé gran parte del embarazo y sobre todo estas 3 últimas semanas con 1 ó 2 centímetros de dilatación. Yo lo sabía, no hacía falta ningún tacto invasivo para confirmármelo.

Probando la resistencia del fular de parto. Debajo, el armazón del colecho casero de 2 metros

Le decía a Helí que inflara la piscina, que la llenara con un palmo de agua y la tapáramos con una sábana, que no quería asustarle pero me daba la sensación de que esto iba a ir “rapidito”. El pobre, entre el trabajo y la construcción del nuevo colecho familiar de 2 metros de ancho, no tenía mucho tiempo libre y le llegó justo para acabar la cama y colgar el fular portabebés del techo (en el parto de Dafne me fue de mucha ayuda).

Los abuel@s maternos, mi padre y mi madre, llegaron a falta de un día para cumplir 39 semanas. La noche siguiente de su llegada fue una de las veces que más parecía que había llegado el momento y naturalmente ese fue tu “último aviso” de salida. Yo vomitaba y Dafne me cogía de la mano y me decía: “Ya está mamá, ya está”. ¡Mi niña linda! Es increíble esta niña mía, no deja de sorprenderme cada día. Al ratito, poco a poco las contracciones fueron espaciándose y se disiparon.

Una frase de un profesor, cuando recibía clases de danza, se me vino a la mente: “nada está quieto, todo está continuamente abriéndose”. Y así, precisamente así, me sentía yo, en una danza perfecta y sincronizada contigo de eterna apertura. Tu cuerpo y mi cuerpo abriéndose juntos.

Dándole tetita a Dafne, 3 días antes de dar a luz a Indira

Dos noches después, la velada víspera de tu llegada, me desperté a las 6 de la mañana, pero sin contracciones y absolutamente tranquila, y te escribí estas líneas:

Luna llena,

vientre repleto

de amor por ti.

Abultada redondez

que me ensanchas,

te estrecho,

te abrazo,

te aprieto,

te siento,

te mueves,

te acuno,

te balanceo,

te columpio

y me nadas cada recoveco

de mi pequeño gran cuerpo

con tu pequeño gran cuerpo

de sirena delfín.

Vientre lleno,

luna repleta

de espera por ti.

Sin prisa,

sin pausa,

el nido

en el que te albergo,

cuando quieras,

pétalo a pétalo

se abrirá para ti.

Y a tu paso abrirás

nuevas puertas,

soñarás

nuevos sueños,

criatura de mis adentros

que en mis entrañas

entretejí.

Luna llena,

vientre lleno,

aullándote me quedo

en este canto hipnótico

para que una noche cualquiera

vengas a mí.

Y mis brazos

serán luna

para acunar

tus llantos

y tus sueños,

emulando

esta danza pura

que en mi útero

bailaste,

amamantando

tu hambre

de vida

y desperdigando

semillas

de amor

que siempre

florecen.

Cuando quieras,

cuando sea,

una noche cualquiera

pero única

y especial,

pétalo a pétalo

mi cuerpo se abrirá

acompañando

tu primer amanecer.

Ese día

en el que amanezcas

entre mis piernas,

todos los soles

brillarán más

todas las lunas

se me rebosarán

y todo el amor

se me derramará

de las manos

tiñendo de verde

cada prado,

de azul

cada mar,

de luz

cada oscuridad,

alumbrando

y alumbrándote,

criatura de sol,

criatura de luna,

criatura de agua,

criatura de amor…

que horadaste

mi cuerpo

y que su huella

en mis adentros

dejó…

Sabía que estabas cerca bebita mía, pero no pensaba que tanto…

Ese día nos levantamos “con alegría” y mientras Dafne aún dormía nos regalamos nuestros cuerpos en un lindo acto de amor, que, con su natural liberación de prostaglandinas y endorfinas, empezó a estimular algo en mí. Yo noté que mis adentros se estremecían, que el embarazo se empezaba a precipitar irreversiblemente a su fin. Pero como en el parto de Dafne, me tomé todo con mucha calma y naturalidad y dejé que los acontecimientos siguieran su curso.

Teníamos una comida familiar multitudinaria en la otra punta de la isla. Cuando le dije a Helí que empezaba a tener contracciones me dijo que si quería que no fuéramos. Yo le dije que no. Si el parto se aceleraba tanto que me pillaba fuera de casa y no podía ni avisar a las matronas, tenía todo lo que necesitaba: mi cuerpo y el de mi bebé.

Así que allá fuimos. En el trayecto de casi una hora yo agarraba la rodilla de Helí mientras él conducía cada vez que tenía una contracción; él me miraba entre asustado y excitado. Miraba el reloj del coche: cada 7 minutos, cada 9, cada 10, cada 7 otra vez… Seguían desordenadas pero continuas. Eran más o menos las 13 horas del día 17 de abril, la fecha de parto por la que Helí había apostado.

Para colmo yo me había puesto, consciente o inconscientemente, la que, a partir de entonces, denomino “la ropa dela suerte”, o sea, la misma ropa que me puse el día antes de nacer Dafne. Creo que puedo plantearme subastarla por internet, porque parece que induce el parto…

La comida transcurrió entre comentarios de casi todo el mundo sobre lo avanzado de mi estado, bromas de si iba a parir ahí mismo, o que si con la hartera de comer que me di, me iba a poner esa noche de parto (ni se imaginaban lo cerquísima que estaban de la realidad). Comí mucho, muchísimo más de lo que suelo comer. Yo seguía con mis contracciones anárquicas pero aún lo suficientemente suaves como para permitirme tener una conversación y vida social.

En plena comilona familiar, 5 horas antes de dar a luz a Indira y ataviada con la ropa de la suerte

De vuelta a casa, Helí sugirió tomar un último café en casa de sus padres. “¿Te apetece?”, me dijo. “Si me lo preguntas a mí, yo preferiría que no. No quiero estar en otro sitio cerrado” Quería tomar el aire del atardecer (que estaba precioso) y pasear (espera un momento: protaglandinas, comilona, paseo… ¡el ingrediente que me faltaba!). Además me sentía pesada y llena “por la comida”… Me fui con Dafne a dar un paseo de una hora y contemplar los anaranjados del anochecer tiñendo el cielo. Volvimos y le hice la cena. Yo no cené, “me dolía la barriga”, pensaba que mi malestar podía ser “por culpa de la comilona”… sí, sí…

Dafne y yo nos sentamos en el sofá con los abuelos e hicimos la postura del loto cantando un ommmm que a Dafne le encantó por su sonoridad. Charlamos y bromeamos con mis padres. Helí quería ver un programa de música en la tele. “Ay, espera”, le dije, “quiero escribir un mensaje en internet porque mañana vienen varias amigas con sus hij@s a hacer pan”. Así lo hice y fui a la cocina a preparar parte de la masa para que reposara toda la noche (¡¡¡no sabía yo el bollito tan rico que me iba a comer por la mañana!!!). “Bueno, venga, ponte a ver el programa que yo voy a dormir a Dafne. Buenas noches y un beso a los abuelos”.

Madre e hija nos asomamos a la ventana del dormitorio a escuchar a las pardelas que anidan en el cerro de enfrente de casa y sentí la vibración de la luna preciosa, brillantísima, mirándome, era tal su resplandor que era imposible no mirarla. Me sentí tan llena, tan repleta, tan desbordada de vida y amor como la luna y la marea de esa noche mágica. “Vamos a aullarle a la luna, Dafne, a ver si esta noche nos trae al hermano o hermana: ¡¡AUUUUUUUU!!” Dafne se partía de la risa.

Me acuclillo a coger el pijama y ¡pum! 1era contracción “seria”. Me sacudo toda y siento que llega el momento inminentemente. Miro el reloj por curiosidad: las 22,35.

Me acuesto y le doy tetita a Dafne ¡pum! 2ª contracción. “Dafne, perdona, mamá tiene que parar un poco de darte tetita”. Me cuelgo del fular del techo. Dafne me mira entre curiosa y asombrada, pero no asustada. La contracción pasa casi tan rápido como vino.

Le doy la otra tetita a Dafne ¡pum! 3era contracción. “Perdona, Dafne, mamá no te puede dar más tetita”. Echo aliento relajando la mandíbula. Dafne me coge la mano y me dice: “Respira, mamá, respira” ¡Mi niña, con 2 años aún sin cumplir! Qué sensibilidad… Llamo a Helí, el papá: “Pon un empapador en la cama y llama a las matronas ya”. “¿Ya?”. “Sí, ya, esto viene rápido”.

Helí tembloroso y sudoso que llama a Laura y el suegro le dice que está en el cine. “El mundo se me vino abajo”, me comentó más tarde. Llama a Olga que dice que viene en seguida y a Adelina. El suegro de Laura, que la localiza por móvil y Laura llama diciendo que viene. Ya están todas en camino…

4ª contracción y expulso tapón mucoso. Es como un arroyo tibio suave que fluye entre mis piernas y creía en un principio que era rotura de bolsa. Me quito toda la ropa. Está claro que yo no soporto parir vestida, me sobra todo menos mi cuerpo y el de mi bebé. Paso como una exhalación por el salón, ante la mirada atónita de mis padres, que habían estado hablando conmigo hacía menos de cinco minutos.

Me siento en la taza del wáter. 5ª contracción y chorro estruendoso que se precipita desde mi interior hacia el agua del inodoro. Ahora sí que he roto la bolsa.

Dejo de contar contracciones, son seguidísimas y muy intensas. Helí les pide a mis padres que se vayan con Dafne para tener el parto íntimo que queremos. Me dice que vienen las matronas en camino: “¿Olga también?” (por circunstancias personales suyas, no teníamos muy claro que pudiera estar en el parto). “Olga también”. “Bien, bien”…

Pido incienso y una palangana para vomitar. Helí está desencajado, haciendo mil cosas a la vez y me la trae mi madre, que, cuando ve mi mano delante de la vulva y el abombamiento de mi periné, piensa que voy a parir sola y decide no irse hasta que llegue la primera matrona. Me pongo la mano ahí en cada contracción y realmente siento un gran abombamiento hacia afuera, me parece mentira que esto vaya tan rápido. Ya no echo aliento, ahora canto, como en mi primer parto, el de Dafne.

Llega Olga primero. Mi madre le dice: “Ahora sí que me puedo ir, no quería dejarla sola hasta que alguien viniera” “Y ha hecho usted muy bien”, le responde ella. Mi padre le sube el maletín por las escaleras y se van los dos con Dafne a casa de unos amigos vecinos que la ofrecieron para la ocasión. El vecino amigo que ha venido a recogerlos y que me escucha cantar lo flipa con mi creación.

Olga entra en el baño. “Qué bueno que estés aquí, te quiero mucho”, le digo. “Y yo también. Disfruta, disfruta”. En ese momento me reafirmo en mi intuición: esto va a ser rápido, muy rápido, así que hay que disfrutar cada momento, saborearlo con toda su intensidad.

“¿Está la piscina?”, le pregunto a Olga. “No, aún no” “El calefactor, trae el calefactor, hace frío para el bebé”. Me da que voy a parir aquí, en el baño… Canto cada vez más alto. “¿Cuántas mujeres estarán pariendo en el mundo en este preciso momento?”, se me pasa por la cabeza. Las invoco, me uno a ellas en una misma vibración de pensamiento. La perfección y sabiduría de la naturaleza concentrada en nuestros vientres. La fuerza de todas las mujeres es mi fuerza, y mi fuerza la suya.

Llega Laura y nos damos un gran abrazo. Le digo que le quiero, quiero a todo el mundo. Se acuclilla y le habla a susurros a Olga. Ah, sí, este es el ambiente que quiero para parir. Este respeto, esta quietud, esta calma, este acompañamiento sereno y suave. Laura que se asoma a ver cómo va la piscina y con una simple ojeada ya ve que no, que no va a dar tiempo, que estoy ya en expulsivo.

Finalmente llega Adelina. También la abrazo y también le quiero. Ahora sí que puedo parir… Adelina me pide permiso para ponerme unas agujas de acupuntura y hace una broma sobre mi cántico. Las agujas sí, gracias, pero yo no quiero hablar, no quiero que me hablen, quiero cantar y parir a mi bebé. Te hablo, Indira, te digo lo bien que lo estás haciendo, te acaricio a través de mi tripa y te susurro que estoy contigo, acompañándote en cada cresta de la ola de la contracción. Durante este embarazo, me vino mucho a la mente la idea de que parir era como surfear: acompañar la fuerza de la marea y usarla, no luchar contra ella.

Pero, de repente, hay un problema, no escucho el corazón del bebé, no suena por el Sonnicaid, Olga y Laura me aseguran que lo han escuchado con el estetoscopio de Pinard pero necesito escucharlo yo. Olga me dice: “¿Sientes al bebé moverse?”. “No, no lo siento”. Mil pensamientos negativos pasan por mi cabeza. No sé cómo, consigo serenarme y volver a sumergirme en mi interior, en el profundo océano del parto. En ese momento me conecto con mi bebé, y le digo y me digo: “Sea cual sea el estado en el que estés, mi criatura, yo te voy a parir con todo el amor con el que pueda hacerlo”. Y tú, Indira, me respondiste dándome una patada. Sonreí y se lo dije a Olga, aliviada.

“¿Sigue sin estar la piscina?”. “No, Helí está en ello”. Entonces decido: subir las escaleras con la cabeza entre las piernas y parir en la cama o parir ahí mismo. Las olas de la marea alta sonando contra la pared y el magnetismo de la luna llena irradiando por la ventana, me hacen decidir: paro ahí, de pie, sostenida por Laura y Adelina y con la mejor nana natural de bienvenida para venir al mundo. Llamo a Helí porque tu salida es inminente. Papá te recibe con una toalla caliente y tú sales de mí como un pececillo que resbala por una catarata, como un rayo de luna colándose por una ventana. Helí tira un poco demasiado de ti para ponerte entre mis brazos. Olga se apresura a quitar la bandolera de cordón que traías puesta. Lloras a pleno pulmón, supongo que por lo precipitado de tu salida, o por lo asustada que estaba yo pariéndote. Pero, ¡qué alivio sentirte respirar! Yo río y lloro a la vez. Esto es el éxtasis, es puro orgasmo físico, emocional y espiritual. Laura le pregunta la hora a Helí, para certificar el parto: “Son las 23,50… ¡bien, acerté!”, responde él, alegre.

¡1 hora y cuarto de parto! Estás bien, eres perfecta, eres una niña preciosa, todo son risas, llantos, alegría y abrazos… el milagro de la vida está entre mis brazos, una célula diminuta que se dividió tantísimas veces para formar un ser completo… y yo tengo el gran privilegio de albergarlo y parirlo… me siento muy muy afortunada… Te abrazo, te cuento el miedo que pasé y lo contenta que estoy de que estés bien, te pido perdón por asustarte.

Te voy presentando a los testigos de tu parto: “Hola Indira, bienvenida, esta es Olga, Laura, Adelina, papá y mamá”. Tú, siguiendo el mismo orden que yo te dije, miras todo a tu alrededor con tus grandes ojos almendrados, a Olga, a Laura, a Adelina, a papá, a mí y… finalmente a la ventana, por la que se cuela el rugido del mar, tu primera nana, y la vibración de la luna, tu primer arrullo… Todas se quedan hipnotizadas escuchando las olas, encantadas de haber presenciado un parto en un lugar así, aunque fuera la taza de un baño. Laura comenta tu extraordinario nivel de alerta, ¡estás despiertísima! Olga dice que probablemente no podíamos escuchar el corazón por lo abajo que estabas ya en el canal del parto. Adelina me abraza y sin querer casi me clava las agujas que ella misma me había puesto en la oreja. Reímos las dos.

Siento que me he parido otra vez a mí misma, hasta con una manera parecida de nacer (yo tuve dos vueltas de cordón al cuello y mi madre me parió con mucho miedo).

Estoy ardiendo, soy una estufita para mi niña, para que no pase frío. Me acompañan todas (papá está incluido) hasta la cama y allí te coges al pecho enseguida tomando tu primera leche. Eres un encanto, eres larguita y flaquita, eres una duendecilla de mar y sal.

L a placenta parece que está perezosa para salir. Indira sigue succionando pero no sale. Me pongo en cuclillas y tampoco. Olga me sugiere que tosa en esa posición y entonces sale, grande y brillante, como algunos trozos e invito a Adelina, que se la toma gustosa. Helí esta vez no quiere. Me sienta genial.

Desprendo tanto calor que Laura piensa que hay un calefactor en la habitación, pero no, se quedó allá abajo en el baño. Bromeo con Helí, que está agotado, sobre las veces que le dije que preparara la piscina, que mira lo que nos ha pasado.

La cara de una mujer empoderada con su parto y de una bebé nacida sin violencia

Olga y Laura me revisan: periné íntegro y labios también, un pequeño desgarro en un labio, pero ni siquiera precisa un punto como el del parto de Dafne. Olga no está contenta del todo. Prefiere quedarse totalmente segura de que no se quedó nada dentro, supongo que por tanto tiempo de espera de alumbramiento de placenta. Me dice: “Lo siento, esto te va a doler”. ¡Y vaya si duele! Me quiero subir por las paredes. No me apetece nada después de este parto tan placentero pero sé que es necesario. Aún no se ha quedado conforme. “Lo siento, lo tengo que repetir”. Todos los insultos del mundo se me pasan por la cabeza, pero ya está ya pasa. Menos mal que es Olga y menos mal que me lo hace así de amorosa y respetuosamente. “Luego tendrás entuertos bastante curiosos”. ¡Cómo me acordé de ese comentario los días siguientes! Por suerte, todo pasa y el placer compensó con creces esos pequeños malos ratos.

Pesamos a Indira 2,640… Menos mal que no me puse a dieta… Eres perfecta para mí, para nosotr@s…

Me apetece brindar con lambrusco que hay en la nevera. Brindamos por un parto maravilloso. Adelina está emocionadísima. Comemos algo, todas necesitamos reponer fuerzas. Helí está desfallecido, el sueño puede más que el hambre y se duerme. Mis matronas-doulas-amigas se van y yo me quedo con los ojos en plato mirando a mi preciosidad de hija. A las 3 me vence el cansancio.

Pletóric@s

A la mañana siguiente, es tan indescriptible la mirada de Dafne mirando a su hermana como maravilloso el momento de ponérmelas a las dos al pecho.

No paro de pensar en lo afortunada que soy, en los regalos que me ha dado la Vida, y en lo agradecida que me siento. Puedo tocar el cielo.

Posiblemente el acople más perfecto entre tres seres

Lejos de sentir que mi corazón está dividido, siento que está multiplicado, que se obra en él el milagro del amor: cuanto más se da, más se tiene, es inacabable, como una manantial que no para de brotar.

Escribiendo este relato me ha venido varias veces al olfato el olor sublime que desprende un recién nacido recién salido del útero de su madre. Un olor indescriptiblemente delicioso que se te queda grabado en la pituitaria y que no hueles en ningún otro lado jamás. Tuve que anular la cita con mis amigas para hacer pan, aunque alguna se despistó y vio a Indira antes que las demás. Yo saboreé el mejor pan: mi bebé recién salida de mi horno. Pero tengo que decir que esa noche acabé de preparar la masa del pan y salió riquísimo, el mejor que me ha salido nunca, yo creo que se quedó impregnado de la esencia del parto.

Me faltan palabras para agradecer a mis compañeras, amigas, doulas, parteras… Laura, Olga y Adelina su respeto acompañando nuestro parto. Ojalá haya más como vosotras. Os llevamos siempre en el corazón.

Olga y Laura (la foto la hizo Adelina), cansadas pero satisfechas

Indira, tu nombre fue tomado de una diosa hindú (también llamada Laxmi) que se representa con una mano abierta con una flor de loto en su palma y rodeada de riqueza. Es la diosa de la generosidad y la misericordia, virtudes que cada vez abundan menos y que espero trasmitirte con mis actos. Indira, tuviste la generosidad de elegirme para ser tu madre y me siento muy privilegiada. Según el calendario maya, traes el poder del encantamiento y la magia contigo, cosa que yo, viviendo tu concepción, nacimiento y primeros días de vida, no dudo. Además, eres nacida en domingo, como yo, dicen que somos niñas con estrella…

Dándote este parto esperamos haber iniciado tu camino sin violencia, con el mayor respeto y amor que he sabido. Sin embargo, sentí que este parto fue mío, pero sobre todo tuyo. Tomaste las riendas de tu propio parto y saliste rápida a ver el mundo exterior. Y la luna llena amadrinó la llegada de esa nueva mujer dueña desde el principio de su cuerpo y de su parto.

La familia recién nacida de nuevo

…y la primera nana de Indira…

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