Antes de ser madre y empezar a interesarme por todos estos temas que ahora trato en este blog  si hubiera leído este titular igual hubiera pensado que cómo era posible relacionar cosas tan diferentes.

Si parir un hijo es por lo general la experiencia más gratificante para una mujer, ¿cómo es posible que ese momento se relacione de alguna manera con los abusos sexuales?

No vamos a hablar hoy de cómo el parto y la manera de tratarlo es vivida como una agresión sexual por muchas mujeres, sino de la relación ente los abusos sexuales sufridos en la infancia ( o en cualquier otro momento) y el parto en sí.

Quienes abogamos por el parto fisiológico decimos que éste es un aspecto más de la sexualidad de  la mujer, como tal, el trabajo de parto puede verse afectado por cómo ve o ha vivido la mujer su sexualidad.

Ahora sabemos que un factor indirecto que puede inhibir la secreción de oxitocina natural durante el trabajo de parto pueden ser  las

  • Creencias y actitudes: la vergüenza, enojo o ansiedad, inhibe la secreción de oxitocina.Recuerdos muchas veces inconscientes u olvidados, como por ejemplo del abuso sexual.(*1)

Y esto puede darse sea que la mujer fuera consciente de esos abusos o no. De el mismo modo que a veces la víctima olvida lo ocurrido relegando al subconsciente esas vivencias y comienza a recordar al empezar su propia  vida sexual,   otras se han encontrado de frente con esta dura realidad durante el parto.

Pensemos además que los partos son parte de la vida sexual de las mujeres: estan envueltos los mismos órganos, los mismos músculos, las mismas hormonas  y en el caso de abusos y de partos  medicalizados, incluso la misma postura. No es extraño que el fantasma salga en ese momento.

El parto fue la puerta a mis recuerdos, la entrada por la cual Dios trajo mi abuso a la luz. Mi primer parto fue en «mi» hospital, rodeada de colegas. Mi experiencia fue amorosamente protegida, y todos dijeron que fue un parto asombroso. Lo que no podía articular fue que parí con terror. El parto aparentaba ser pacífico porque me retiré de mi cuerpo y «me fui», me disocié.

Antes de mi segundo parto, pedí que nueve personas estuvieran presentes. Tenía miedo de sentirme sola. Esta vez, el terror se exteriorizó, y todos escucharon y sintieron cuando en voz de niña pequeña grité que «eso» cesara. Mi partera sabiamente no me dijo en ese momento lo que intuitivamente sabía. Yo no entendía la raíz de mi miedo, aunque sabía a causa de mi trabajo con partos naturales que algo estaba profundamente mal. Y así comenzó mi jornada de regreso a mis años de horror donde de niña pequeña, las noches trajeron violencia y dolor. El parto había despertado las memorias en mi cuerpo. Después de muchos años de trabajo sanador, parí de nuevo con poder y vulnerabilidad. Aún tenía la opción de «escapar», pero estuve presente y le di la bienvenida a mi hija en un parto de redención, un parto poderoso.(*2)

He oído a matronas contar cómo madres que progresaban en su trabajo de parto con normalidad de repente se bloquearon porque creían estar viviendo el abuso de nuevo. He conocido a una mujer valiente que a pesar de toda la información y toda la conciencia posible de su pasado de abusos tuvo 2 partos podríamos llamar difíciles en los que de algún modo volvía  a verse como víctima.

Buscando información sobre este tema me he dado cuenta que apenas hay nada escrito en castellano, o al menos no de libre circulación por la red como pasa con otros temas. Me imagino que los profesionales de la psicología tendrán más información sobre el tema pero mi reflexión es como mujer, como madre, como amiga y acompañante de otras mujeres.

¿Qué podemos hacer para ayudar a estas mujeres?

Sinceramente sólo se me ocurre que como en el caso de otros traumas, lo peor es ignorarlos. Cuando alguien toma conciencia de lo que le pasa o cuando ha sido consciente todo el tiempo y empieza a querer hablar de ello para por fin poder «nombrarlo» muchas veces encuentran el silencio por respuesta.

Nos duele el dolor ajeno y pensamos que las cosas malas mejor no airearlas. Pero si es la propia mujer la que en ese momento de su vida decide hacerle frente al tema, no volvamos a callarle la boca.

Normalmente el abuso sexual es vivido en silencio, con vergüenza, con amenazas. El primer paso para superarlo es poder contarlo, sin sentirse juzgadas.

Pensemos que además en muchos casos  en los que el abuso ha venido de la propia familia la relación de la víctima con su madre suele ser además difícil, si no inexistente. Así, el rol de madre está cuanto menos distorsionado  y estas mujeres han de luchar para no hacer como hacemos la mayoría, relacionarmos con nuestros hijos del modo que aprendimos en la infancia de nuestros propios padres. Han de aprender a ser madres aun cuando esa experiencia sólo les recuerde cosas horribles.

Ahí es donde las mujeres valientes y fuertes pueden usar su maternidad para sanarse de esas heridas.

Cuando el trabajo de parto se intensificó, María se acomodó en la pequeña piscina para niños. La oscuridad, música, y luz de las velas giraban a su alrededor al moverse en el agua. Sus emociones alternaron entre gozo y temor a medida que el dolor se intensificaba. «¿Es esto normal? ¿Sienten lo mismo otras mujeres?» Previamente, ella había estado entumecida mucho antes de llegar a este punto. Cuando fue tiempo de pujar, su mantra cambió: «No puedo, no puedo, no puedo». Cuando la revisé, pude sentir que su cuerpo se puso rígido y literalmente volvió a absorber al bebé. Confié en mi intuición de que ella era una sobreviviente y no la toqué de nuevo. «Si necesitas pujar, sigue las indicaciones de tu cuerpo». Cuando sentí que se disociaba o se alejaba del presente, la llamaba con simples palabras: «Estás aquí. Estás segura. No estás sola. Este es tu bebé. Estamos aquí contigo».

Creo que la disociación no es ir a un «lugar seguro». Aunque hubiese sido la opción más segura para una niña, no trata con cariño al cuerpo. Pronto, rodeada de personas seguras, María dio a luz a su bebé sola en cuclillas. Al poco tiempo, con orgullo nos presentó su placenta. Este fue el nacimiento con el que había soñado muchos meses atrás.

En la visita después de las primeras 24 horas, una docena de veces María preguntó «¿Esto fue normal? ¿Otras mujeres sienten lo mismo? ¿Tú lo sentiste?» Las afirmaciones típicas no satisfacían. Finalmente le dije, «Cada mujer es diferente. El dolor del trabajo de parto es siempre intenso; pero a la vez yo sentí otra clase de dolor porque había sido abusada de niña. Sentí el dolor del trabajo de parto y el dolor de una violación. Cuando parí, sentí dos clases de dolor». Sus ojos se abrieron de asombro y exclamó, «¡Yo también! ¡Yo también!» Por media hora contó su historia, una historia de vergüenza infantil y la confusión que se prolongó después de su primer parto. La sensación de desconexión se había expresado en el puerperio como una aversión hacia su bebé, y meses de severa depresión siguieron.

Fue sólo después de años de consejería, grupos de Al-Anon (hijos adultos de alcohólicos) y cuidado homeopático que se arriesgó a encargar otro bebé. Sus ojos se alumbraron cuando comenzó a hacer conexiones ella misma entre su historia de la infancia y su parto anterior. «Esta vez fue tan diferente. ¡Lo escogí! Llegué a este momento consciente. Lo recordaré como una parte importante de mi sanidad». Me abrazó ferozmente cuando me despedí. «Hace tres días nació mi bebé sin nombre. ¡Hace tres días yo también nací como mujer! Ya no soy una niñita». En la visita final, con gozo resumió su parto: «¡Este fue mi parto de redención!»(*2)

Referencias:

(*1) La Naturaleza de parir y nacer- Gloria Lemay

(*2) El Parto como Sanador por Joanna Wilder

(Imágenes tomadas de internet)

Añadido el 21/7/2010

Madres supervivientes-Sanación después del Abuso Sexual (JAn Tritten)