Este texto lo he tenido  algunos meses guardado en «Borradores» esperando a acabarlo. Hoy por fin he encontrado el momento. Dedicado a M. madre de MJ.


Hace  casi 2 años que perdí mi bebé… hace casi 2 años que me topé con la realidad de sentirse madre sin tener bebé…

Como sabéis quienes seguís el blog a raíz de aquéllo incorporé otro apartado para poder hablar con toda la naturalidad de la que soy capaz de estos temas de los abortos espontáneos y la muerte perinatal. Desde entonces he recibido muchos emails, llamadas de teléfono y comentarios en el blog de madres que aúllan dolor por sus bebés muertos. Sé que nosotros desde aquí no podemos hacer mucho, salvo ofrecer un portal para poner voz a esos sentimientos, acallados en casi el resto de lugares.

Esta semana he recibido otro correo muy diferente… y me ha hecho pensar…

¿Qué ocurre cuando esas muertes no se lloran,  cuando,  a veces,  se viven  incluso con cierto «alivio»? No todas las criaturas «perdidas» fueron deseadas, ni lloradas, ni despedidas, ni reconocidas… ¿qué efecto tiene eso en la madre? ¿ y en los futuros hijos?

Yo no soy psicóloga, ni pretendo analizar el comportamiento humano desde un punto de vista profesional. Me interesa sobre todo el aspecto humano y es desde ahí y desde mi experiencia con madres que escribo…

He conocido casos de madres que  simplemente pasaron por un aborto sin pensar en ello. Recuerdo una madre que me confesó tras ver cómo lloraba mi pérdida que ella no se había permitido ser madre  de su segundo hijo… tras su aborto espontáneo, no comentó nada a casi nadie y  fue enseguida a  buscar «otro» , resultado: la mayoría de sus conocidos,  incluídos su hijo mayor, creen que el segundo y tercer embarazo fueron uno solo…

Ahora sabemos que eso no es positivo ni favorece el proceso de duelo. No es justo para el bebé que viene… pues su existencia parece condenada a tener como razón de ser el suplir a aquél que se fue… Y por supuesto no es justo para el ser que era y ya no es…  En la era de conocer el ADN ya sabemos que cada individuo es único… y como tal irremplazable.

Lo bueno es que cuando esa familia toma conciencia puede empezar su proceso de duelo aunque hayan pasado años desde  la pérdida… no importa.

Pero cuando el bebé no era deseado la historia es diferente porque a la culpa que ya sentimos todos en algún momento de este proceso se une la culpa por pensar que igual «inconscientemente» deseamos esa muerte. Esta madre que me escribió me cuenta lo mal que se siente ahora por no haber querido aquél bebé que murió… que ha tenido que ser madre de 2 hijos más para darse cuenta que también fue madre de un primero, fueran cuales fueran las circunstancias.

En este caso la maternidad prostrera despertó la primera lo que demuestra que en el campo de las emociones no se pueden esconder cadáveres, hay que verlos, llorarlos y enterrarlos.

Esta madre ha ido haciendo su proceso de duelo ahora, años después, sanando su herida abierta aunque oculta, a la vez que ha visto cómo eso ha mejorado su relación con sus otros 2 hijos.

Los ritos funerarios son tan antiguos como la misma humanidad. En la antigüedad  en culturas, como la judía o la romana,  el no enterrar a un muerto era una demostración de vergüenza y escarnio,  era una práctica reservada para los asesinos, delincuentes, traidores y demás indeseables. Aunque hoy no aplican muchos de los ritos funerarios de otros tiempos, es curioso comprobar que en la conciencia colectiva seguimos dándole importancia al cómo va a ser el fin de nuestro cuerpo ya sin vida. Muchos incluso entierran o incineran a sus mascotas… pero en ese marco seguimos negando estas muertes de seres no conocidos.

Ya he contado antes en el blog lo que me costó a mí conseguir que el hospital me diera el cuerpo de mi bebé de 13 semanas de gestación para su incineración. No es que me costara legalmente pues ahí no hay ninguna traba. Me costó en el sentido de que tuve que dar explicaciones a médicos, enfermeras, celadores, asistentes sociales… vamos, que menos al personal de la limpieza, me mandaron a hablar con todo el mundo para que «lo dejara estar». Esto es prueba del poco respeto que como sociedad tenemos por estas criaturas y por el dolor de las familias. Hay honrosas excepciones afortunadamente, pero siguen siendo eso: excepciones.

En medio del debate surgido de si se debe obligar a las madres que quieren abortar voluntariamente a ver una eco del bebé, quizás deberíamos plantearnos dirigir parte de los esfuerzos en conseguir que las familias que sí quieren a estos bebés puedan verlos y llorarlos y despedirse y  enterrarlos, quizás así conseguiremos una sociedad más sana que afronte sus nuevas maternidades sin la carga emocional de no haber vivido plenamente las anteriores.