Esta es una entrevista de Arturo Meoño*al pediatra Carlos González, él es autor de exitosos libros como Mi niño no me come, Bésame mucho, Un regalo para toda la vida. Además del tema de la crianza de la niñez es un experto y reconocido conferencista sobre lactancia materna.
Arturo -Según su experiencia, ¿dentro del núcleo familiar, cuáles mitos, prejuicios o «resistencias» a la lactancia son más comunes entre los hombres?
Carlos -No me da la impresión de que haya unas resistencias especiales. Más bien diría que la mayor parte de los padres están muy contentos con la lactancia. El mito es el que tiene toda la sociedad (incluyendo a la propia madre): que a lo mejor no hay suficiente leche, que a lo mejor la leche no es buena… A veces se oye decir que hay maridos que no quieren que su esposa dé el pecho porque se le va a «caer» y «estropear», o porque creen que el pecho es un órgano erótico y por tanto pertenece al marido, y no al niño. Pero el caso es que nunca he oído a ningún padre decir estas cosas, siempre son rumores, alguien que ha oído que otro ha dicho que otro piensa… a lo mejor esas supuestas resistencias son en sí mismas un mito.
Arturo -Las masculinidades predominantes ¿nos generan obstáculos a los hombres para poder tener una adecuada participación en la lactancia de nuestros hijos e hijas? ¿O lo que tenemos son vacíos en cuanto a información, formación o educación?
Carlos -Ahí me pierdo, ¿qué son las «masculinidades predominantes»?
Arturo -Las variaciones del machismo.
Carlos -¡Ah, el machismo, y la participación en la lactancia!
Ante todo, el machismo no dificulta la lactancia. Durante siglos, probablemente milenios, las mujeres han dado el pecho a pesar del machismo. Ha sido justo en el siglo en que el machismo ha disminuido un poco, y en los países en que ha disminuido, en donde la lactancia se ha visto en peligro. Supongo que es pura coincidencia.
Los padres no podemos participar en la lactancia (salvo que usemos «participar» en un sentido tan amplio que ya no tiene sentido). Podemos participar en la crianza de nuestros hijos, podemos llevarlos en brazos, cantarles, dormirles, acariciarles, lavarles, vestirles, cambiarles los pañales, jugar y hablar con ellos, llevarlos a pasear, ayudarles con los deberes, leerles libros… pero no podemos darles el pecho. Más vale acostumbrarse a ese hecho, y admitir que no es ninguna deshonra. Porque la absurda noción de que padre y madre deben hacerlo todo por igual ha llevado a algunas familias a dar biberones, «para que el padre también pueda participar».
Es fácil caer en la tentación de pensar: «mi abuelo era un machista medio salvaje, pero yo soy un hombre moderno e igualitario». Pero cada época ha tenido sus ideas y su forma de vida, con sus ventajas y sus inconvenientes.
Tal vez estamos haciendo mejor algunas cosas, pero peor otras. No, nuestro abuelo nunca cambió un pañal, pero tampoco se le hubiera ocurrido divorciarse de su esposa para irse con otra más joven, y mucho menos «olvidarse» de pagarle la pensión, o pelear ante los tribunales para poder separar a un niño de un año de su madre fines de semana alternos y dos semanas en vacaciones.
Arturo -Asumido el hecho que no podemos darles el pecho, podrías ahondar en ¿cuales serían los principales roles de nosotros los padres durante el período de lactancia?
Carlos -El papel del padre durante la lactancia no es biológico, y por tanto podemos definirlo y moldearlo a nuestro gusto. No creo que nadie pueda definir e imponer un papel como mejor que los demás. Cada familia se organiza según sus tradiciones, preferencias, expectativas y posibilidades.
Los padres pueden ganar dinero para que la madre pueda dedicarse durante un tiempo al cuidado de su hijo, pueden hacer las tareas domésticas, pueden bañar al bebé y cambiarle el pañal y consolarlo cuando llora y no se calma ni con el pecho o cuando se despierta a media noche y nadie sabe qué le pasa. Pueden apoyar a su esposa, asegurarle que lo está haciendo muy bien, que están orgullosos de ver qué buena madre es, que aunque no tenga tiempo de arreglarse está más guapa que nunca. Pueden hacerla reír. Pueden protegerla frente a las críticas de familiares y otras personas que no estén de acuerdo con la lactancia. Pueden sacar al bebé a pasear un par de horitas para que la madre pueda dormir la siesta. Pueden intentar apartarse del paso y no molestar.
Supongo que todos los padres hacen algunas o varias de estas cosas, en proporción variable.
Arturo -Ya que mencionaste el aspecto emocional, ¿qué necesidades puede tener nuestra pareja mientras está dando pecho, y cómo podríamos ayudarla a satisfacer estas necesidades?
Carlos -Seguro que cada madre tiene sus propias necesidades, así que siempre es buena idea empezar por preguntarle.
También puede ser, por supuesto, que no sea consciente de sus propias necesidades, o que no sepa expresarlas, o que le parezcan una tontería y no se atreva a nombrarlas. O que intente amoldarse a lo que la sociedad espera(o a lo que ella cree que la sociedad espera) de ella, y dé la respuesta «correcta» en vez de la real.
Parece todo muy complicado; pero al fin y al cabo no somos psicólogos, sólo maridos. Hacemos lo que podemos, y lo importante es la buena voluntad.
En esa buena voluntad se incluye el suponer que también ella tiene buena voluntad, que también hace lo que puede aunque no siempre acierte. La felicidad requiere cierto esfuerzo por ambas partes.
Arturo -¿Qué diferencias y qué constancias encuentras entre los hombres que vivimos en la «cultura occidental» en comparación con las familias en la prehistoria?
Carlos -¡Anda! Cada vez me haces preguntas más difíciles. En la anterior casi no se me ocurría nada, y ahora menos.
Para empezar, los hombres (varones) actuales de la «cultura occidental» son muy distintos unos de otros. Hay grandes diferencias por países, por clases sociales, por edad, por carácter… y diferencias puramente individuales. Probablemente si algo nos distingue, en general, de nuestros antepasados, es el mucho tiempo que dedicamos a trabajar, y el poco tiempo que por tanto tenemos para la familia, los amigos y para nosotros mismos. Los grandes primates en la naturaleza suelen dedicar sólo dos o tres horas al día a buscar comida y comérsela. Nosotros dedicamos ya ese tiempo a ir de compras, cocinar, comer y lavar los platos. Sólo que nosotros, antes de ir de compras, necesitamos trabajar ocho horas diarias para que nos den unos papelitos de colores con los que ir de compras.
Otras diferencias importantes es que nos parece normal vivir más de 70 años, cuando nuestros antepasados debían considerar una gran suerte el pasar de 35, y que nos parece que la muerte de un niño es una catástrofe, una desgracia, una mala suerte excepcional, cuando nuestros antepasados debían contar con que al menos la mitad de sus hijos morirían en la primera infancia.
¿Y todo eso qué importa? Pues no lo sé. Por eso digo que no se me ocurre qué responder a esta pregunta…
Arturo -Nada, a mí me encanta cuando podemos ver las cosas en perspectiva histórica.
Bueno, la última, a mis amigos cuando me entero que van a ser papás les digo «duerman muy bien ahora» y después cuando ya son papás y los veo con ojeras les dijo «intenten hacer pequeñas siestas a cualquier hora» y tú como doctor y como padre ¿qué sugerencias tendrías para los padres que tienen bebés lactantes?
Carlos -Aquí en España (y supongo que en otros sitios) a los jóvenes les encanta «ir de marcha». Se van a una discoteca, y luego a otra discoteca, y cuando cierran todas se van a un «after hours», y luego desayunan… Si les sugieres que estén en casa a las 11, o al menos a la 1 de la madrugada, te miran como si fueras extraterrestre. ¿Serán esos mismos los que, unos años después, vienen a quejarse de que el bebé no les deja dormir? Pues qué pena que me dan (risa malévola).
Bueno, ahora en serio. Tener hijos es cansado, y exige muchas horas de trabajo. Desgraciadamente, nuestro sistema económico no lo reconoce. Pretende que hagamos lo mismo que hacíamos antes, y además cuidemos a los niños, como si fuera cuestión de media horita al día.
Como padre, lo primero que diría a mis «colegas» es que prueben a dormir con sus hijos. Todos en la cama grande es mucho más descansado. Que no se duerme igual que sin hijos, desde luego que no, pero es mucho más cómodo tener al bebé al lado y consolarle en seguida que recorrer cada noche el pasillo varias veces para encontrarse con un bebé totalmente desvelado, porque hemos tardado cinco minutos en acudir. Además de cómodo, dormir con los hijos es agradable, una de las cosas más divertidas que tiene la paternidad.
Y lo segundo, que no le echen a sus hijos la culpa de nuestra forma de vida. No es un bebé exigente y manipulador, que nos tiene toda la noche despiertos sin comprender que hemos de madrugar para ir al trabajo. En todo caso, echémosle la culpa a un empresario exigente y manipulador, que nos obliga a llegar temprano al trabajo sin comprender que por la noche hemos estado atendiendo a nuestro hijo. A lo mejor el empresario tampoco tiene culpa, pero al menos no es hijo nuestro.
*(Arturo Meoño el productor y director artístico de la Unidad de Radio Nederland en AL)
http://depaapa.blogspot.com/