Nosotras parimos, nosotras decidimos.
La vieja consigna feminista cobra nueva vigencia.
Dueñas del poder de concebir, muchas exigen ahora el derecho a parir como quieran,
más allá de la asistencia uniforme, impersonal y medicalizada de los hospitales.
Así se pare en España.

No es un grito ni un gemido ni un aullido. El lamento de una mujer en las últimas contracciones del parto no se parece a nada. Sale de las entrañas. Acaba como empieza. Intenso, profundo, sostenido. Como si no pudiese doler menos ni más. Como si fuera la vida en ello. Pilar Rubio lleva 40 minutos mugiendo de esa manera cada 90, 60, 30 segundos.

Está en un cuarto en penumbra, sentada en un taburete semicircular que la mantiene en cuclillas a 40 centímetros del suelo y echada sobre su marido, al que estruja las manos en cada empujón. Enfrente, agachado a su altura, Antonio, el matrón. Un aura de inminencia lo impregna todo. «¡Empuja, fuerte y seguido, como si estuvieras en el váter, que ya la tenemos!». Otro bramido sobrecogedor y ocurre. La coronilla morena que asomaba entre las piernas se escurre a las manos de Antonio y surge de repente el cuerpo de la pequeña Pilar.

-¡Ay, mi niña!

El suspiro exhausto y feliz de la madre segundos antes de que la hija rompa a llorar sobre su pecho certifica los hechos. El nacimiento de una ciudadana española en el hospital público La Inmaculada, en Huércal-Overa (Almería), a las ocho menos diez de la tarde del 15 de febrero de 2007. Uno de los casi medio millón de partos que habrá este año en España. Pero el de las dos Pilares ha sido un parto particular.

Desde que empezó a «tener molestias» en su casa de Vera hasta que ha visto la cara a su bebé, el cuerpo de Pilar ha hecho solo el trabajo. Todo el trabajo. Ha ido a recoger a su hijo José al colegio. Ha comido unas patatas con salchichas. Ha fregado los platos. Ha dejado al crío con los abuelos y ha enfilado con su marido a Huércal-Overa con contracciones cada cinco minutos. Al ingresar, con seis centímetros de dilatación, las patatas se rebelan en vómito. Será la única incidencia en las tres horas escasas que tarda Pilar en parir sin más soporte técnico que las manos y la voz de Antonio Navarro. Un parto con dolor, ya se ha oído. Pero sin casi nada más. Un parto fisiológico. Natural. Normal. ¿Y eso qué tiene de particular? ¿Acaso no lo son todos?

el desastre de parirEl pasado 13 de agosto, Rosa Montero publicaba su columna en esta revista bajo el título El desastre de parir. Se trataba de una reflexión a propósito del libro La revolución del nacimiento (Granica, 2006), de Isabel Fernández del Castillo. El ensayo ilustra -y deplora- el catálogo de actuaciones médicas con las que se aborda protocolariamente la asistencia al parto en España. Un rosario de actuaciones rutinarias -rasurado genital y aplicación de un enema a la madre; monitorización inmovilizante de parturienta y feto durante la dilatación; perfusión de oxitocina para acelerar las contracciones; la obligación de parir tumbada boca arriba, o la realización sistemática de un corte en el periné- que, según la doctrina de la Organización Mundial de la Salud, no sólo son innecesarias de forma general, sino que pueden provocar más sufrimiento que seguridad a madre e hijo.

La embarazada, sostenía Montero citando a Del Castillo, no está enferma. Su cuerpo sabe parir. El creciente número de cesáreas -así acaba el 35% de los partos en clínicas privadas y el 21,5% en las públicas- en España sería el colofón del «círculo vicioso» de «estrés y dolor» que provoca la aplicación indiscriminada de unos protocolos basados en una «visión patológica, intervencionista y jerárquica del parto».

La respuesta de los lectores fue fulminante. Más de 200 correos electrónicos y cartas inundaron la redacción. Madres traumatizadas por la asistencia «intervencionista y deshumanizada» a su parto. Médicos y sanitarios ofendidos reivindicando su trabajo «por la seguridad de madres e hijos». Pero también madres satisfechas con la atención «técnica y humana» a su alumbramiento. Y profesionales -muchas matronas, algún ginecólogo- que, trabajando dentro del sistema, abogaban por un cambio. Montero había tocado una llaga.

Que tengas una hora corta, se desea a las embarazadas aludiendo a los rigores del parto. Un proceso fisiológico que se inicia con una serie de contracciones in crescendo hasta provocar 10 centímetros de dilatación en el cuello del útero y culmina con el alumbramiento del feto y la placenta. El trayecto de 12 centímetros desde el claustro materno al exterior es el viaje más arriesgado de la vida. Un periplo de mucho más de una hora. Seis, doce, quince horas son tiempos habituales entre dilatación y expulsión. El dolor, los nervios, incluso el miedo, son consustanciales a la aventura de parir. Pero también la ilusión, la alegría, incluso la euforia. La experiencia es tan intensa que en muchas cenas de cuarentones ellos acaban contando sus milis y ellas sus partos. Y cada una lo cuenta como le fue.

La web de la Asociación El Parto es Nuestro -www.elpartoesnuestro.es– rebosa de relatos de este tipo. «La página nació en 2002, cuando varias mujeres traumatizadas por una triste experiencia de parto nos encontramos en Internet y decidimos intentar cambiar las cosas», dice Francisca Fernández, de 39 años, abogada y fundadora. Francisca es madre de una niña de cuatro años nacida en un hospital público, «el de Móstoles, donde pisotearon mis derechos y los de mi hija», y de dos gemelos que parió en su casa, asistida por una matrona, en un parto «natural y gozoso» elegido -y pagado- por ella tras evaluar las alternativas.

Fernández y sus compañeras abogan porque eso, la libre elección sobre la forma de traer a sus hijos al mundo, sea «un derecho, y no un bien de mercado o una lotería, según el equipo que te toque». «Reivindicamos una mejor atención al parto, un trato más humano y respetuoso, que nosotras y nuestros hijos seamos los protagonistas. Que las mujeres tengan información y puedan decidir cómo quieren parir, dejando de ser objeto pasivo de intervenciones rutinarias. En definitiva, que se respeten las recomendaciones de la OMS».

Fernández se refiere al documento Tecnología apropiada para el parto, contenido en la Declaración de Fortaleza y publicado en Lancet en 1985. En él, la OMS aboga por un modelo de atención al parto sin más ayuda técnica que la precisa en cada caso. Y concluye: «Algunos países con la menor mortalidad perinatal tienen menos de un 10% de cesáreas. No puede justificarse que ninguno tenga más de un 10%-15%».

El profesor José Manuel Bajo Arenas es, como presidente de la Sociedad Española de Ginecología y Obstetricia (SEGO), el encargado de legislar los aspectos médicos de la atención al parto en España. Es un hombre vehemente. No admite tirones de orejas. Ni siquiera de la OMS. «La culpa de que se hagan esas cesáreas es de la demanda. En un doble sentido. Los obstetras somos, después de los plásticos, los médicos que más demandas recibimos. Los padres no aceptan que un mal resultado pueda no ser culpa del médico. Entonces, pocos se arriesgan a partear un parto duro -unas nalgas, un fórceps- por abajo y van a la cesárea. Pero es que hay otra demanda. Se habla mucho de las que quieren parto natural, pero no de las que, cada vez más, vienen pidiendo una cesárea. Porque no quieren parir, porque es rápida y segura. Por lo que sea, pero la piden. La Ley de Autonomía del Paciente las ampara, y si un ginecólogo no se la hace, se van a otro. Ahí tiene usted las causas de las cesáreas. Y vamos a más. En Estados Unidos están en el 50%, y nosotros llegaremos. La obstetricia se acaba».

La calidad de la atención al parto se mide, según Bajo Arenas, en seguridad. «Desde que se estandarizó el parto hospitalario se ha mejorado espectacularmente. Se ha pasado del 30 por mil de mortalidad perinatal en los años sesenta al siete por mil actual. Y de las dos mujeres cada 100 que morían pariendo en casa a principios del siglo XX, a una sola muerte por cada 17.000 partos que se atienden ahora en el hospital. En África hoy muere una mujer por cada 90 partos».

Eso, respecto a la cuenta de resultados. En cuanto a los procedimientos, Bajo remite a las Recomendaciones para la organización de un servicio de obstetricia y ginecología, un documento editado por la SEGO bajo su mandato. «Hemos adoptado las recomendaciones de la OMS que nos parecen razonables. Decimos que el rasurado y el enema no son necesarios, que la estimulación con oxitocina no debe ser sistemática. Que se deje caminar a la mujer en la dilatación, que la postura de parto sea libre y que no se haga episiotomía rutinariamente. Mírelo usted: no voy a defenderme de cosas que no son ciertas». La última revisión del manual, en 2005, recoge efectivamente los cambios. Pero ¿se aplican en los paritorios? «Nuestro documento es taxativo, pero no me puedo hacer responsable de lo que cada uno haga en su hospital. Eso es como decir que está prohibido robar, y hay gente que roba».

El tono de Bajo Arenas revela cierto mar de fondo insólito en una institución supuestamente sosegada como una sociedad científica. «Sí», admite, «nos sentimos atacados por quienes dicen que la asistencia al parto en España es deplorable. Estadísticamente, entre un 20% y un 30% de los embarazos son de riesgo, pero eso no quiere decir que el otro 70% u 80% no los puedan tener. Nunca se puede saber a priori cuándo un parto va a ser normal. Un parto es una situación de riesgo potencialmente mortal para la madre y el niño, y quien no sepa eso es que no ha visto parir en su vida. Todos se pueden complicar, y hay que tener los instrumentos adecuados al alcance. Medios técnicos. Un quirófano. Se trata de preservar la vida materna y la del niño, y eso sólo se logra en un hospital».

Es entonces, cuando se le menciona el caso de otros países -como Holanda- con excelentes indicadores de morbimortalidad y que promueven y sufragan la asistencia domiciliaria al parto normal a cargo de matronas especializadas, cuando el profesor estalla:

-Ya estamos con eso. Los holandeses lo hacen. ¡Pues mal hecho! Aquí es inviable. Una mujer en riesgo trasladada de urgencia en medio de un atasco es una temeridad inasumible.

El debate se ha venido larvando durante años y empieza a desbordar el ámbito de los paritorios o los hogares. No hay alarma social. No hay manifestaciones ni grandes titulares -«la mayoría de las mujeres no protesta, se conforma con tener a sus niños sanos y se calla el mal trago», dice Francisca Fernández-, pero algo se mueve en las maternidades españolas. Y la presión de grupos de mujeres como El Parto es Nuestro es sólo una de las partes implicadas.

El Observatorio de Salud de la Mujer, dependiente del Ministerio de Sanidad, ha tomado cartas en el asunto. Su directora, Concha Colomer, cree que la atención al parto «es buena respecto a los indicadores habituales de morbimortalidad, pero se puede mejorar». ¿Cómo? «Humanizándola. Disminuyendo prácticas no necesarias y favoreciendo la participación de la mujer». Consciente de que los cambios «no se pueden imponer», Colomer ha impulsado un proceso de debate e ideas para promover una «red de buenas prácticas» que «prediquen con el ejemplo y demuestren que se puede mejorar la calidad humana de la atención sin que los índices se resientan». «Hasta hoy ha primado la seguridad, ahora aspiramos a la calidad».

La Federación de Asociaciones de Matronas de España (FAME) agrupa a muchas de las 6.000 profesionales -tituladas después de tres años de Enfermería y dos de especialización- cualificadas para asistir partos normales. Ellas son las que bregan con las parturientas en los paritorios públicos. No tanto en los privados, donde las embarazadas exigen -y pagan- la presencia de un ginecólogo en su parto. Su presidenta, Dolors Costa, confirma «la movida».

«Las matronas estamos muy concienciadas. Nuestra tendencia es favorecer el parto fisiológico. Dejarlo progresar sin prisas y sólo intervenir con otros medios en caso necesario». La FAME, algunas de cuyas integrantes aplican sus convicciones -«hacemos partos naturales si la mujer lo pide, en el turno de noche, cuando no están los jefes de servicio», dicen algunas-, ha pasado a la acción. Va a publicar un protocolo para la asistencia natural al parto normal. Será su «contribución» a una «deseable adaptación de los hospitales para albergar un espacio de parto natural donde las mujeres que lo deseen puedan sentirse como en casa, y dar a luz de forma fisiológica, pero con la infraestructura hospitalaria al lado».

Algo así como lo que ocurre en el hospital de Huércal-Overa, donde la recién parida Pilar Rubio trata de que su hija se le enganche a la teta. Fueron las matronas las que, ya en 1987, «enseñaron» al nuevo jefe de obstetricia, Longinos Aceituno, que se «podía parir con igual seguridad» dejando a la mujer «su tiempo y su espacio» que con todo el arsenal técnico y farmacológico que el doctor había aprendido en la residencia.

Desde entonces, en Huércal-Overa se pare como lo ha hecho Pilar. En la cama, en la silla o en el potro obstétrico, dependiendo de la evolución y las preferencias de la embarazada. Con oxitocina, epidural, paritorio y quirófano a mano. Pero sólo si la mujer lo pide o lo precisa. Coordinador del Proceso de Embarazo, Parto y Puerperio del Servicio Andaluz de Salud, Aceituno recorre los hospitales de su comunidad y es el primero en constatar la reticencia de sus colegas a los cambios. «Yo he podido introducirlos porque soy el jefe, pero en muchos sitios prima la inercia. Por varias razones. Está el miedo a las demandas, claro. Lo primero que hace un juez es tirar de protocolo, y si tú no pones un enema y hay una infección, por ejemplo, te va a preguntar por qué no lo pusiste». Una mezcla de inseguridad ante las dificultades e inquietud ante una posible pérdida de influencia -y poder- de los obstetras a favor de las matronas en los hospitales podría explicar el no de los más reacios.

Consuelo Catalá

Consuelo Català se «congratula» de estas iniciativas «y otras», como el hospital Clínico de Barcelona, o el de Santa Caterina, en Girona, o la casa de partos que acaba de aprobar el Gobierno balear en Palma, pero cree que «no bastan».

Català, buena conocedora de los ambientes sanitarios -es enfermera, y su marido, Enrique Lebrero, es obstetra y dirige la clínica Acuario, en Alicante, especializada en parto natural-, es diputada socialista en las Cortes Valencianas. Lleva 20 años «luchando por los derechos de la madre y el niño en el nacimiento», y cree que éste es el momento de cambiar el sistema. «Algunas comunidades han legislado sobre la oferta de parto natural, pero luego no se concretan si no se implican los profesionales. Hay que dejar claro que no se trata de una guerra gremial. Ni de obligar a nadie a parir de una forma determinada. No hay que renunciar a nada. Ni a la epidural, ni a la técnica, ni al quirófano, si hace falta. Se trata de crear unidades de parto natural en los hospitales, de informar a las mujeres sobre las distintas alternativas y dejarlas que decidan. La oferta generaría la demanda».

Enrique Lebrero

Català, como Costa, como Lebrero, es realista. Y consciente de que lo de «parto natural» puede sonar a tortura china a una generación habituada a pedir la epidural antes de ver la marca roja en el Predictor. «Lo que no saben, porque no se les dice, es que mucho del dolor de un parto medicalizado lo provocan los protocolos innecesarios. La oxitocina acelera artificialmente las contracciones. La monitorización constante impide dilatar moviéndose. Y con los nervios y el estrés piden la epidural a gritos. Pero un parto natural, con tu pareja, a tu ritmo, con sólo la ayuda que tú demandes, puede ser una vivencia maravillosa. Intensa y salvaje. Como un orgasmo. Sí», dice Lebrero, «el parto es sexy».

En España, hace poco más de medio siglo, sólo parían en el hospital las pobres de solemnidad. «La hospitalización empezó por las madres solteras, para las que se crearon unas maternidades a finales del siglo XIX. Pero la gente paría en casa, atendida por una matrona. Las ricas pagaban a un tocólogo que las atendía a domicilio. No fue hasta entrados los años cincuenta cuando se generalizó la atención hospitalaria». José Antonio Usandizaga, de 78 años, es autor del primer volumen de la Historia de la ginecología y obstetricia española (SEGO). Bajo su dirección como jefe del servicio de obstetricia del hospital La Paz nacieron más de medio millón de madrileños. El baby-boom. Entre 70 y 80 partos diarios, con días de 100. El doctor Usandizaga recuerda la monitorización fetal y la aplicación de oxitocina para regular el parto como grandes hitos técnicos de su época. Los que «permitieron tener muy controlados a la parturienta y al feto, detectar precozmente el sufrimiento fetal y aumentar espectacularmente la seguridad». La aplicación sistemática de esas técnicas se vivió ?Usandizaga se jubiló en 1998? como una «gran tranquilidad para médicos y mujeres».

Así nacieron las embarazadas de ahora. Las que quieren decidir cómo parir. Algo ocurrió en algún momento entre 1990 y 2000. El INE llevaba años constatando la caída de la natalidad. Las mujeres tenían menos hijos, más tarde. Y ya se sabe que lo raro vende. El embarazo, un estado transitorio cuyas consecuencias en la imagen muchas trataban de minimizar, cuando no de ocultar, se convirtió en tendencia. Las firmas premamá empezaron a contratar a modelos embarazadas. Mujeres reales con tripas de verdad. La barriga era bella. La industria pasó de camuflar el vientre gestante bajo informes túnicas a exhibirlo con ajustados modelos que pregonaban al mundo: sí, estoy preñada.

Quizá sea cosa de la edad. Las primíparas no son ya veinteañeras inexpertas, como muchas de sus madres. Son mujeres hechas y derechas. Treintañeras, incluso cuarentonas. Universitarias, trabajadoras. Independientes, con ideas propias. Dueñas del poder de concebir cuándo y cómo quieren que empiezan a reivindicar parir como desean.

Como Aitana Sánchez-Gijón e Icíar Bollaín, que coincidieron en sus respectivos segundos partos en Acuario. Aitana, para sentirse «como mujer, con capacidad de dar a luz, dueña de mi parto, sin intromisiones, sin estrés añadido, haciendo lo que me pedía el cuerpo, y no atada a un potro antinatura. Y sí con dolor. Pero un dolor natural que estás preparada para soportar. Transitar por ese dolor, vivirlo conscientemente, es un privilegio, y me ha hecho más fuerte». Icíar, para vivir un parto «suyo» después de un primero «frustrante» en el hospital de La Concepción de Madrid.

Pero también como Remedios Calero, que acaba de parir a Sofía en la clínica privada Belén de Madrid y está «encantada» con su parto programado: «Así he podido venir tranquila y dejarlo todo organizado». O como Ana Urías, feliz con sus gemelos tras una cesárea en La Paz: «No quiero protagonismo, lo importante es la seguridad». O como Conchi, que ha pagado 1.900 euros a una matrona para tener a Darío en su casa. O como Paz Vega, que ha hecho casting de ginecólogos antes de decidirse por la clínica Ruber Internacional. La misma donde vino al mundo, mediante cesárea, Leonor de Borbón Ortiz, heredera del heredero de la Corona, y donde nacerá pronto su hermana pequeña.

Mientras tanto, media hora después de parir, a Pilar Rubio le han traído la cena. Sopa, merluza y flan. Huelen bien. Pero ahí se quedan: «Aún me estoy acordando de las patatas con salchichas».

El parto de Pilar y Pilar

Pilar Rubio, 36 años, oficinista. Parió a su segunda hija, Pilar, en posición vertical. Algo había visto en la tele. Una silla para parir en cuclillas, y no con las piernas por alto, como vino al mundo su hijo José, hace seis años. Pero Pilar nunca pensó en parir sentada. Llegó al hospital tranquila. Cumplida de tres días. Mentalizada para estar horas dilatando, como con el mayor. Por eso había pedido la epidural. Para ahorrarse «los peores dolores». Pero no hubo tiempo. Ingresó con seis centímetros. La traca de contracciones iba a ser intensa. Su rostro desencajado lo testifica. Dilató caminando hasta que quiso tumbarse. Y empujar. Fuerte, como queriendo «hacer caca», le decía Antonio, el matrón. Fue entonces cuando Manuela, la otra matrona, se lo dijo: «¿Quieres probar a sentarte?». La famosa silla. «Lo que yo quería era acabar, y ellos me daban confianza. Así que me senté, me eché sobre mi marido y me dejé llevar, empujando». Un parto fisiológico. Minimalista. Sin rasurado, sin enema, sin oxitocina, sin monitorización constante, sin epidural, sin episiotomía. Sólo Pilar haciendo su trabajo, y Antonio y Manuela ayudándola. Y la niña, claro: Pilar Ruiz Rubio, 3,550 kilos, 52 centímetros. 9,9 en el test Apgar. Los Josés, padre e hijo, le dan «un 10».

Longinos, el converso

Longinos Aceituno, jefe del servicio de Ginecología. Hospital de Huércal-Overa (Almería).Cuando llegó a Almería, en 1987, Aceituno era un ginecólogo tradicional. Aplicaba los protocolos «que había aprendido en la residencia». Pero allí topó con un equipo de matronas que le «abrió los ojos» a otras posibilidades. No poner enemas, ni rasurar, ni administrar oxitocina porque sí. Dejar a la mujer dilatar y parir a su ritmo, pero con un paritorio y un quirófano a dos zancadas, por si acaso. Y se convirtió. «Ellas me enseñaron que no sólo era posible, sino seguro». Desde entonces, las matronas mandan en el paritorio. «No son ni mis ayudantes ni mis enfermeras. Son las responsables del parto normal, ya lo dice la OMS. Merecen autonomía y respeto. Los médicos, para las complicaciones». Las cifras -14% de cesáreas frente al 25% nacional; 30% frente a 70% de episiotomías- avalan el sistema que Aceituno propone como coordinador del Proceso Andaluz de Embarazo, Parto y Puerperio. Él es el primero en detectar «la reticencia» de sus colegas al cambio. Mientras, un 5% de sus embarazadas peregrinan de toda España hasta aquí para parir de forma natural.

Según el horario previsto

Remedios Calero, 35 años. Tuvo a Sofía, su tercera hija, en la clínica Belén de Madrid.Reme sabía que hoy era el día. La semana pasada, el doctor Yordi la citó -«si no me ponía mala antes»- para inducirle el parto un día después de salir de cuentas. Remedios confía «absolutamente» en el médico que ha «traído al mundo» a sus tres hijos y a cuatro sobrinos. Así que esta mañana ha dejado «organizados» a Gonzalo, de nueve años, y María, de tres, y ha venido desde Ocaña (Toledo, a 65 kilómetros) con sus padres, su marido y la canastilla. «Para mí, esto es ideal. Imagínate venir de parto y con atasco. Así estoy tranquila». En tres horas tenía a Sofía, este rollizo bebé de pelo negro que pugna por agarrarle el pecho. «Fue todo muy rápido y muy bien. Llegué con más de dos centímetros. Me colocaron la vía y arreciaron las contracciones. Me puse nerviosa, soy cobarde ante el dolor, pero enseguida llegó la epidural, y luego, en el paritorio, ha salido en tres empujones, sin puntos ni nada». «Las que quieren dar a luz en casa están locas. Parir es precioso, pero la técnica está para ayudar. No me molesta el rasurado, ni el enema, ni la vía, ni estar monitorizada. Me he sentido magníficamente atendida y protagonista de mi parto. ¿Acaso no he parido yo?».

Sin prisas, pero sin pausa

Mirruan Yordi. Ginecólogo de la clínica privada Belén de Madrid. Unos 20 partos al mes. Hoy está de guardia. A las diez viene Reme. «No programo partos, pero en este caso era mejor: estaba a punto, vive lejos y tiene pánico al viaje. Ha ido de fábula». Lleva 20 años ayudando a parir. Y tiene las ideas muy claras. En el paritorio manda él. «Cuando me presentan un plan de parto, les digo: ‘Búscate otro. No eres tú la única protagonista, hay un niño’. Las sueles convencer. Parir en casa me parece una aberración. Están cargándose la seguridad por la que lucharon sus madres. Una urgencia, un sufrimiento fetal, una bradicardia, se puede presentar hasta en el parto más normal. Lo del enema y el rasurado es higiene, y no sobra». El doctor Yordi se ofende personalmente cuando se acusa a los médicos de practicar cesáreas por interés. «Cobramos lo mismo: 210 euros. Y no se hacen tantas. Se tendrían que hacer más. Hay dramas -lesiones, parálisis cerebrales- por intentar a toda costa un parto vaginal. Los de la OMS no han visto un parto en su vida. ¿30%, 40% de cesáreas? Da igual, queremos niños sanos». Al acabar la guardia, Yordi había asistido a siete partos: cinco vaginales y dos cesáreas, «una gemelar y otra por líquido teñido». «Un día tranquilo».

El año más fértil

Paz Vega, 31 años, actriz. Tendrá a su hijo Orson en la clínica Ruber de Madrid. El día de la foto cumplía 30 semanas de gestación. Estaba espléndida, pero empezaba a acusar la barriga. «Me canso si estoy mucho de pie». El suyo ha sido un embarazo «tranquilo», que ha pasado entre Los Ángeles, Miami y Madrid, y le ha permitido disfrutar de su año más fértil profesional y personalmente. Eligió clínica y médico, «el doctor Vidal», a conciencia, después de ver a ginecólogos en España y en Estados Unidos. Ganó Vidal. «Me dio confianza. Hace el parto lo más natural posible, con la mínima intervención». La primeriza Paz no tiene miedo. «Todas paren, y confío en los profesionales. Eso sí, el niño es grande», ríe, «y creo que pediré la epidural. Mis amigas dicen que es maravilloso ser espectadora y protagonista de tu parto, y sin ella, sólo piensas en el dolor. Sería perfecto que hubiera clínicas específicas de parto. Una embarazada no es una enferma, e ir al hospital a dar vida al lado de gente que está muriendo es una contradicción».

Lo que de verdad importa

Ana Urías, administrativa, 35 años. Tuvo a Ainhoa y a Miguel, mellizos de seis meses, mediante cesárea en el hospital La Paz, de Madrid. «Cuando me quedé embarazada, me informé. Miré en Internet. Vi lo del parto en casa y me pareció una barbaridad. Vi lo del parto natural, pero con mellizos ni me lo planteé. Donde mejor iba a estar era en un hospital, cuidada, con una buena unidad de neonatología. Así fue. Me rasuraron y me pusieron un enema. No es agradable, tampoco traumático. Me pusieron oxitocina y la epidural. Iba a ser un parto normal, pero Ainhoa venía hacia arriba, y Miguel, de nalgas. Me propusieron cesárea y acepté. Lo peor fue no conocer a mis hijos hasta 18 horas después. Se los llevaron a observación, y a mí, a reanimación. Pero lo entendí por la seguridad. Me parece ridículo querer ser protagonista. Los médicos entienden, yo no. Quería que todo saliera bien y doliera lo menos posible. Si vuelvo a parir, volveré a La Paz».

La noche y el día

Directora de cine, 42 años. Embarazada de seis meses. Tuvo a su primer hijo en La Concepción. Al segundo, en el agua, en la clínica Acuario. Icíar pare de miedo. «Dilato a todo meter». Lo sabe después de dos partos: «La noche y el día». La noche fue hace seis años, en un hospital de Madrid. Un parto «rápido, facilito, impecable» para los médicos, y «brusco, absurdo y poco humano» para ella. «Entras en un paritorio con siete personas, nadie te mira ni habla, cuchichean, dejan fuera a tu chico sin decir por qué y te dan un tajo sin avisar. El asombro del médico cuando me quejé del trato me confirmó que no es por mala fe, sino por unos protocolos que ignoran a la mujer». El día fue su segundo parto, hace tres años, en Alicante. Rápido, facilito, impecable; pero también «gozoso». «No se trata de rechazar la técnica porque sí, sino de recuperar el contacto con la mujer, darle su espacio en su parto». ¿Su tercer hijo? «Nacerá donde me pille: si me descuido, se me cae».

Darío nació en el salón

Conchi García, 34 años. Parió a su segundo hijo en casa. El primero, en el hospital La Paz. «En medio del salón. Me puse a cuatro patas y salió la cabeza. Luego, en cuclillas, el cuerpo». Cuando se hizo esta foto, Conchi dijo que iba a parir en casa, como le pidiera el cuerpo. Y así se lo pidió a las 10.37 del 28 de febrero, tras ocho horas dilatando «de pie, sentada, andando» por su casita de Mesones (Guadalajara). Un parto «duro, intenso, maravilloso» que la ha resarcido de «la frustración» de no haber «disfrutado» del nacimiento de su hijo Mario, hace cuatro años. «No estoy loca. Tengo mis inquietudes, mis miedos. Parezco primeriza y es que lo soy, porque mi primer parto no fue natural», decía la Conchi embarazada. «Con Mario pasé seis horas con monitorización vaginal, atada a la cama. Con oxitocina y dolores tremendos, pidiendo la epidural a gritos. Llegaban, me metían mano, nadie hablaba. En un cambio de turno echaron a mi marido y se olvidaron de él. Lo hicieron todo ellos. Ahora quiero parir yo». Y parió, ayudada por la comadrona Mercedes Serrano, a quien encontró «buscando alternativas en Internet». Sus servicios -atención al embarazo, parto, puerperio y lactancia- ascienden a 1.900 euros. «Los mejor gastados de mi vida».

Servicio a domicilio

Asociación Nacer en Casa. Agrupa a profesionales que asisten partos en domicilios.Son medio centenar de comadronas -«nuestro trabajo es estar con la madre»- y otros sanitarios que ofrecen sus servicios a las mujeres que deciden parir en casa. Unas 500 al año, estiman. Sus motivos son diversos: «Porque sabemos que el 80% de los procedimientos de la atención convencional no ayudan, sino que crean complicaciones»; «por feminismo»; «por radicalismo, por ir a la raíz del problema». Pero su fin es el mismo: ayudar a la mujer a parir «como su cuerpo sabe», en su entorno, sin más intromisión que su profesionalidad. Son conscientes «del rechazo» que suscitan. Y se defienden. «No somos unas locas trabajando solas, somos profesionales formadas para atender partos normales. En Holanda, el parto en casa lo paga el Estado, y su morbimortalidad es mejor que en España». Además, sus clientas están filtradas. Son ellas quienes les buscan -«Internet es básico»- y luego pasan criba. Dicen asumir «riesgos controlados». Han asistido 8.000 partos en 20 años. «Sólo» el 8% acabó en traslado al hospital -«casi siempre por bloqueo o cansancio de la madre, con tiempo de sobra»- y «sólo» han recibido cuatro demandas judiciales.

Luz Sánchez-Mellado
25/03/2007
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