No sé si es el ser hermana y prima mayor, o que me criaran con mucha independencia ( o mucha soledad… esto da para otro post), pero siempre he sido una «abogada de pleitos pobres»… que es como se llamaba en mi casa a los que van por la vida metiéndose en asuntos ajenos a salvar situaciones injustas ( al menos, que yo consideraba injustas).
Más de una torta me llevé yo por hablar por otros… y más de una torta salvé de que se llevaran otros por hablar por ellos… así que mirándolo así mereció la pena.

Por desgracia he visto el maltrato muy de cerca, en muchas formas, y ante esas situaciones suele haber dos opciones: o lo aceptas o te rebelas.

Igual por eso nunca he soportado según qué cosas delante de mi.

Recuerdo un día, y creo que esto ya lo he contado, así que  perdonadme la reiteración, oir a dos «señores»  hablar y uno contarle al otro el chiste más machista y de más mal gusto que he escuchado en mi vida. Y reirse los dos, en una sala de espera con al menos otras dos mujeres aparte de mí y varios hombres más. Todos callados ante aquéllo…. Y recuerdo volverme a ellos y decirles muy seria: «muy bonito… ustedes tienen edad de tener mujer e hijas…  ¿les gustaría que alguien hablara así de ellas??»

Al salir, mi marido ( entonces no éramos ni novios) me dijo que un día me iba a traer problemas eso de ir plantándole la mosca a la gente… que uno nunca sabe cómo reaccionarán… y seguramente tiene razón… pero me niego a ver u oír ciertas cosas y no inmutarme.

¿Qué haríamos si viéramos a alguien pegarle o gritarle a su mujer?

¿ y si lo hiciera con un anciano, o un discapacitado?

¿ o un jefe a su empleado?

La mayoría de la sociedad ha tomado conciencia con este tema… cada vez son más las personas que no se callan y plantan cara al maltrato, en cualquier forma,  les pase a ellas mismas , a conocidos o a desconocidos.  El respeto por las personas ha de primar sobre nuestra educación del respeto a la intimidad.

Que tú tengas derecho a hacer las cosas como tú quieres no está por encima del derecho a la dignidad de las personas. Si alguien grita o agrede a «su mujer», todos comprendemos , por fin, que eso no está bien, que no es «su» mujer en ese sentido posesivo que le da derecho a hacer lo que quiera con ella. Y lo justo, lo normal es meterse. El silencio es cómplice, lo miremos como lo miremos…

Ahora repito las preguntas de antes… aclarando que pongo ejemplos en los que culturalmente  se considera a estas personas en «desventaja» sobre las que les agreden por razón social, física o económica… no por considerar peyorativa una u otra situación:

¿Qué haríamos si viéramos a alguien pegarle o gritarle a su mujer?

¿ y si lo hiciera con un anciano, o un discapacitado?

¿ o un jefe a su empleado?

Todos de acuerdo en que es inadmisible ¿no?

Pues bien… añadamos esta:

¿ y si vemos a unos padres mal-tratando a un hijo?

Y pongo la palabra «mal-trato» escrita así, porque el «maltrato» se asocia a pegar , o más bien a una paliza. Pero el «mal -trato» engloba mucho más. Si aceptamos que maltratar es tratar mal, entran en esa acepción los gritos, los zarandeos, los insultos, los desprecios… y también la  indiferencia ante sus momentos de sufrimiento o la renuncia a satisfacer cualquiera de sus necesidades, sean físicas como comida y cobijo o emocionales, como atención, consuelo, abrazos  y presencia.

Afortunadamente ya no es habitual ver a un hombre gritarle a su mujer ( en la calle, en la intimidad del hogar los monstruos campan aún por sus fueros), o a un jefe ridiculizar a su empleado ( ahora sabemos que esto se llama mobbing y es denunciable), pero no hay un solo día que salga a un lugar lleno de gente: centro comercial, parque, playa, etc, que no vea alguna escena de un padre o madre gritando a un hijo, zarandeándole, dándole un «azotito» en el culo o un cachete en la cara, hablándoles con desprecio: «¿Tú eres tonto?», amenazando: «al llegar a casa te vas a enterar», ridiculizándole : «a ver si aprendes de Fulanito» que mira qué bien se porta, o que ya no se hace pis o que ya no pide brazos…. etc…», o sencillamente ignorando su llanto cuando a veces lo único que quiere el bebé es que le cojan en brazos.

La indiferencia también es violencia

Me pregunto cuánto tiempo tiene que pasar o cuántas campañas lanzar para que ante estas situaciones reaccionemos como reaccionaríamos a cualquiera de las anteriores. Porque si yo veo que alguien le levanta a la mano a una mujer y me meto y le digo que pare soy un héroe, pero si lo hace un padre con un hijo, no puedo meterme… porque entonces ¿qué soy?  me pregunto. ¿Cuándo deja uno de convertirse en un metomentodo para sencillamente ser una persona que reacciona ante una injusticia, sobre todo ante una injusticia cometida a las únicas personas del mundo que de verdad dependen de terceros que velen por ellos. Porque yo puedo gritarle a mi hijo pero él no debe gritarme a mi. Porque a mí se me puede ir la mano, pero si se le va a un niño ya es lo peor.

¿Y si yo fuera ese bebé o esa niña a la que sus padres gritan y pegan delante de la gente ( aclaro que no es que lo malo sea hacerlo en público, pero unos padres que en público hacen eso no quiero pensar lo que hacen cuando nadie mira)? ¿Y si fueras tú?  ¿Por  qué tenemos tanto miedo a defender a los más débiles?  ¿Por qué creemos que nuestros hijos son nuestros en el más estricto sentido literal de la palabra y que podemos hacer con ellos lo que queramos?

Quizás habría que pensar que más que nuestros, son prestados, que se nos ha confiado su cuidado como quien deja algo precioso y espera al volver que nos lo entreguen igual o mejor que antes…

De hecho palabras de sabios reconocidos así lo han expresado:

Tus hijos no son tus hijos

(Kahlil Gibran)

 
Tus hijos no son tus hijos 
son hijos e hijas de la vida 
deseosa de si misma. 
No vienen de ti, sino a través de ti 
y aunque estén contigo 
no te pertenecen. 

Puedes darles tu amor, 
pero no tus pensamientos, pues, 
ellos tienen sus propios pensamientos. 
Puedes abrigar sus cuerpos, 
pero no sus almas, porque ellas, 
viven en la casa del mañana, 
que no puedes visitar 
ni siquiera en sueños. 

Puedes esforzarte en ser como ellos, 
pero no procures hacerlos semejantes a ti 
porque la vida no retrocede, 
ni se detiene en el ayer. 

Tú eres el arco del cual, tus hijos 
como flechas vivas son lanzados. 
Deja que la inclinación 
en tu mano de arquero 
sea para la felicidad.

Rey Salomón
 Salmos 127:3 

Reina-Valera 1960 (RVR1960)

  «He aquí, herencia de Jehová son los hijos; 
    Cosa de estima el fruto del vientre.»
En algunas culturas las mujeres seguimos siendo consideradas propiedad del marido, quien tiene derecho  a pegar a la esposa si lo estima necesario. Todos nos echamos las manos a la cabeza y firmamos peticiones para que eso cambie.
Imagina ahora que eres ese padre o esa madre que ignora voluntariamente el llanto o rabieta de tu hijo, o que le grita, o que le insulta, o que le zarandea y alguien se te acerca y te recrimina tu actitud… ¿dónde está la diferencia? ¿De verdad no ves que es lo mismo?
No digo que no sea difícil controlar nuestra reacción cuando estamos cansados, estresados, cuando queremos sencillamente obediencia porque es el camino más rápido y quizás el único que conocemos para educar. Todos hemos hecho cosas que nos avergüenzan por haber perdido el control, como escribió magistralmente mi amiga de La Tribu 2.0,  María Berrozpe  en su post: «HUMANA». Pero eso no es excusa para  no querer cambiar. Sobre todo no es excusa para criticar a quienes ya han dado un paso al frente y demuestran su valor plantando cara al mal-trato, o al maltrato, que al final es lo mismo.
Porque la línea que separa una cosa de la otra es muy delgada y la clave no está en encontrar el límite entre ambas para quedarnos justo al borde… la clave quizás está en intentar alejarnos lo más posible de esa línea fronteriza para estar seguros que no nos parecemos en nada a los maltratadores.
Para demostrarnos a nosotros mismo que por mucho daño que le hayan hecho a nuestro Yo bebé, a nuestro Yo niño y/o a nuestro Yo adolescente,   por muy duro que a esos YOes les resulte aceptar esa verdad de no haber sido lo suficientemente bien tratados, vamos a ser capaces de romper la cadena, vamos a ser más conscientes que nuestros padres y vamos a decir:

NO, NO VOY A PERPETUAR NINGÚN TIPO DE MALTRATO

La indiferencia también es violenciaY vamos a ser capaces de no hacer nada a nuestros hijos que no le haríamos a cualquier otra persona, y vamos a reconocer que si a nosotros nos trataron así,  no estuvo bien, que es cierto que no nos hemos convertido en sociópatas ( al menos no la inmensa mayoría) pero que aún así no estuvo bien. Y que ese mal-trato sí ha dejado huella en nosotros y que ahora nos toca hacer algo con ella. Podemos mirar esa marca, reconocerla, aceptarla y  desde ese lugar trabajar con nuestro propio dolor para no repetirlo. Del  mismo modo que nuestros abuelos gritaban y menospreciaban a nuestras abuelas, quizás hasta nuestros padres con nuestras madres y nosotras nos  plantamos  y dijimos que a nosotras nadie nos iba a tratar así.  Y aprendimos que con ciertas actitudes lo mejor es la tolerancia 0.
La próxima vez que veas a un bebé o niño llorar por un acto o un no-acto de sus padres piensa en esto.

Aprendamos  de nuestros hijos.

¿HAs visto alguna vez a un niño pequeño frente a un bebé que llora?
Recuerdo cuando mi hijo era tan pequeño que apenas hablaba  y veía a un bebé llorar… me miraba y me decía: «mamá, teta» señalando al bebé. Para él era evidente: si un bebé lloraba, se le cogía y se le daba teta. Cuando ya pudo hablar lo expresaba más claramente:
-«¿mamá por qué no cogen a ese bebé que llora y le dan teta?»
-No todos los bebés toman teta cariño
-¿Ah no?? Bueno pues que le cojan y le den el bibe …
 PAra ellos es tan evidente….si no siempre hay teta… siempre, siempre puede haber mimos.
Tan sencillo como eso…   ¿ O no?
Cuando las cosas simples se nos antojan complicadas… es hora de mirar hacia adentro y entender qué mecanismos nos impiden aceptarlas como son.
Mira esta imagen
 
Si estuvieras en ese bosque… ¿por dónde crees que caminarías? Sobre todo si es la primera vez que estás allí y es un territorio desconocido…
Sin duda por el sendero marcado.
Nuestro cerebro es igual, busca los senderos conocidos para actuar, es lo más rápido,  lo seguro, es como el «piloto automático».
Frente a la crianza de los hijos, territorio desconocido para todos los padres, pues siempre somos primerizos con cada hijo, nuestro cerebro busca la respuesta conocida.
¿Cómo te trataron a ti cuando pedías brazos?
Si siempre oíste ,o más aún, sentiste, el desamparo de no verte correspondido en tus deseos y expectativas, ese es el camino que tu cerebro marcó, a fuerza de repetirse, como un sendero en el bosque. Así cada vez que se te negaba el cariño, los brazos, la teta, la atención, el juego,  la disponibilidad… el sendero iba acentuándose… de tal modo que ese es el camino que tu cerebro reconoce para esos casos.
Por eso nos cuesta tanto hacernos disponibles para nuestros hijos… porque primero hemos de desandar ese sendero y adentrarnos en una selva desconocida, la de cómo responder a alguien de una forma que no hemos vivido ni experimentado.
¿Un reto? claro… pero un reto que merece la pena.
Nuestros hijos merecen lo mismo que merecíamos nosotros… que nosotros no lo hayamos tenido no es motivo para negárselo a ellos. No seamos como el perro del hortelano. Seamos generosos.  Démosles a nuestros hijos la oportunidad de crecer siendo personas respetadas, cuidadas, valoradas… contribuyamos a que sean más felices.
Y démonos a nosotros la oportunidad de sanar a nuestro niño, primero aceptando esa herida primal que todos, casi sin excepción como generación tenemos, y luego buscando la forma de no devolver ese mal-trato a la generación siguiente.
Comentaba con María, a la que cité antes, este tema y me contaba cómo en el caso de niños adoptados esto es aún más importante, pues estos ya traen un historial previo de abandono cuando llegan a su nuevo hogar. En su caso la herida primal es mucho más profunda.  A raíz de nuestra conversación ella ha publicado este excelente post:  «Os invito a un debate»   y me consta que será el primero de varios sobre este tema.
Recojo su testigo y os animo a debatir este tema, con todas sus connotaciones, con toda la bilis que removerá, porque nos da donde más nos duele: en nuestro yo interno, en plantearnos que nuestros padres, por mucho ( o por poco)  que nos quisieran se equivocaron también, en reconocer que somos eslabones de una cadena que quizás no escogimos continuar pero  que continuamos un poco por inercia y un mucho por miedo a no saber qué alternativas utilizar.
Debatamos para escuchar lo que piensan otros… pero sobre todo para llegar a saber qué y por qué pensamos y actuamos  nosotros como lo hacemos. Para no juzgar a otros sin antes no habernos juzgado a nosotros mismos. Hagámoslo cuanto antes… nuestros hijos lo merecen.
Quizás así, un día, si un desconocido se acerca a coger en brazos a nuestro bebé que llora desconsolado mientras nosotros seguimos indiferentes, o si  le gritamos a nuestro hijo, o le damos una nalgada y vemos que alguien nos dice: «contrólese por favor y no descargue su rabia y frustración con el niño»,  en vez de criticarle y llamarle metomentodo le diremos: «gracias, tiene usted razón».
Y por favor recordemos:
     «LA INDIFERENCIA TAMBIÉN ES VIOLENCIA»

Otros artículos relacionados:

Violencia contra los niños.No puedo esperar a crecer.